Exigen víctimas justicia a la CNDH

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Tras reunirse con la titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Rosario Piedra, un grupo de 15 víctimas se negó a dejar las instalaciones del organismo, incluso, una de ellas se amarró a una silla.

Marcela Alemán se amarró de los pies a una de las sillas del salón de juntas de la sede de la CNDH, donde se entrevistó con la Ombudsperson.

Acusó a María Teresa de Jesús Rodríguez Galván, psicóloga del Instituto Luis González Urbina, de haber violado a su hija de cuatro años y medio en 2017.

Ella estuvo vinculada a proceso un año y ocho meses, y de última salen que la carta de vinculación está mal integrada desde el principio y sale libre“, comentó.

En las audiencias de juicio oral mi hija estuvo el primer día 16 horas y 6 horas el segundo día, y porque mi hija no contó la historia, como si fuera algo tan fácil de contar, la dejaron en libertad, porque no había modo, tiempo y lugar“.

En la reunión en la CNDH, a Marcela Alemán la mandaron de regreso a Matehuala, en San Luis Potosí, para interponer de nuevo una denuncia penal.

Junto con ella, otras víctimas protestan dentro y fuera de la sede de la CNDH en el Centro Histórico, interrumpiendo la circulación en República de Cuba.

De aquí no me voy a ir, porque ya estoy cansada de la corrupción, de la burocracia, que me manden de lugar en lugar“, agregó Alemán.

Explicó que su abogado, de última instancia, se cambió al despacho que defendía a la mujer que violó a su hija.

Las víctimas exigen que la CNDH se pronuncie sobre sus casos.

 

 

(Con información de Reforma)

“El Talón de Aquiles” # 9: Radiografía de un Laberinto

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Por primera vez en cuatro años y medio le tomé el pulso al aparato burocrático mexicano. Voy directo al grano. He aquí mis dos conclusiones luego de esta modesta pero intensa experiencia: (1) la presunción de culpabilidad lleva a la culpabilidad y (2) el desordenado cambio para generar eficacia termina generando más desorden. Afortunadamente, lo último que se pierde es la esperanza. Veamos en detalle estas observaciones.

La presunción de culpabilidad lleva… ¡a la culpabilidad!

El Talón de Aquiles de la burocracia mexicana se resume de la siguiente forma: todo ciudadano es fundamentalmente culpable hasta que demuestre lo contrario. A sabiendas de lo odioso que son las comparaciones, me permitiré señalar que en Canadá, país que conozco bien, no solo se parte de la idea contraria, es decir que el ciudadano es inocente hasta que muestre lo contrario, sino que existe además en ese país una cultura positiva de servicio público, en donde el empleado público considera un privilegio – sí, leyó bien: un privilegio – servir a sus semejantes. Sabe el servidor, además, que es su responsabilidad hacer bien su trabajo, pues su sueldo proviene del esfuerzo colectivo generado por los impuestos. La historia es bien diferente en México: muchos de los servidores públicos tienen poco de “servidores”. O mejor dicho, no sirven para nada, tanto literal como figurativamente. He calculado que en el mejor de los casos, se necesita ir a una dependencia pública al menos dos veces: la primera para saber por qué no se pudo hacer el trámite esa primera vez y la segunda para hacerlo. Eso es así, si tiene suerte o si es meticuloso con los requisitos. Porque no es nada extraño perderse en la tramitología burocrática.

He calculado que en el mejor de los casos, se necesita ir a una dependencia pública al menos dos veces: la primera para saber por qué no se pudo hacer el trámite esa primera vez y la segunda para hacerlo.

Recientemente, tuve que ir dos veces a un segundo piso, esperar 45 días hábiles, pasar al primer piso de la misma dependencia para cotejar todo de nuevo, cumplir con nuevos requisitos y sacar copias, para nada. Presenté cinco veces los originales hasta que un día me dijeron que debían verificar que los originales fueran… originales. Ese día decidí tomar vacaciones de la burocracia. ¿Por qué hay tanta informalidad en México? Basado en estas experiencias, propongo dos formas de responder a esta pregunta. La cultura del “no se puede” produce tal pérdida de tiempo y de energía, que muchos deciden, si pueden, no hacer nada (aun cuando preferirían estar en regla). Pero cuando los trámites son indispensables, la carrera de desconfianza alcanza tales proporciones que los controles burocráticos cruzados improbables e inverosímiles terminan atizando la creatividad ciudadana a límites inimaginables. Sería mejor cotejar los documentos una o dos veces, confiar en el trabajo de los colegas y acompañar al ciudadano a alcanzar su objetivo, que por cierto es cumplir con las normas legales que el mismo Estado le impone. Pero eso es imposible: en México somos culpables ante el empleado público y ante tal laberinto, terminamos siendo culpables de verdad, ya sea por inacción o por invención.

Sin un cambio integral y ordenado, las reformas a favor de la eficacia crean… ¡más ineficacia!

En principio, la informatización y puesta en línea de los servicios públicos deberían aligerar la tramitología y acercar el Estado al ciudadano. Eso es cierto si se respetan dos principios. Primero, internet complementa, no sustituye, la oferta de servicios. Si se ponen los formularios en línea pero se retiran de la oficina, los que no tienen acceso a internet no podrán realizar su trámite, aunque se presenten en la oficina y tengan todos sus documentos, pues primero deberán “ir a Internet” para imprimir sus formularios. Esto es así en un país en donde personas van a papelerías a solicitar que les envíen un email. Lo he visto: por MXP 10 (USD 0.80) el cliente dicta su mensaje como en los tiempos de los jefes, las secretarias y las máquinas de escribir. Un gobierno en línea, tal y como se implementa en México, crea entonces una odiosa discriminación entre ciudadanos conectados y desconectados. Se inventa además un paso adicional en el triatlón burocrático.

Si se ponen los formularios en línea pero se retiran de la oficina, los que no tienen acceso a internet no podrán realizar su trámite, aunque se presenten en la oficina y tengan todos sus documentos, pues primero deberán “ir a Internet” para imprimir sus formularios.

El segundo requisito para que una reforma informática genere los resultados esperados, tiene que ver con la eficacia y transparencia en el manejo de la información. Si los trámites son digitalizados y “subidos” a Internet, pero no se rediseñan las páginas para que la información sea fácilmente accesible, entonces este cambio produce más ineficacia: el ciudadano, por más conectado que esté, terminará frustrado por no encontrar la información. Tal vez habrá intentado obtener respuesta telefónica, pero al no obtener éxito, probablemente deberá presentarse en la oficina para que le expliquen en donde encontrar la información… en Internet. Si tiene suerte, es decir si el funcionario conoce la respuesta, deberá ir a buscar un acceso a internet para imprimir, llenar el requisito y entonces volver a presentarse, ahora sí, con los papeles, en la oficina. Y si no tiene suerte, ya sea porque le tocó uno de esos empleados que exigen fotocopias redondas o porque interactuó con uno que intentó ayudar pero no sabía–en México existe también un serio problema de formación de empleados, tanto en empresas privadas como en el sector público– pues habrá, ahí sí, que implorar a la virgencita de Guadalupe, para que por lo menos no se “caiga el sistema”. Es decir, ser un ciudadano conectado no es suficiente.

Si los trámites son digitalizados y “subidos” a Internet, pero no se rediseñan las páginas para que la información sea fácilmente accesible, entonces este cambio produce más ineficacia: el ciudadano, por más conectado que esté, terminará frustrado por no encontrar la información.

El problema es tan serio, que se ha generado un mercado informal que vive a la sombra de esta ineficacia. Alrededor de las dependencias públicas hay papelerías en donde, por MXP 20.00, se pueden sacar citas por internet (cuando se pide este requisito para poder ser atendido), bajar formularios (que nadie logra encontrar por sí mismos). En estos negocios, el personal de fotocopiadora aconseja a su clientela cómo sobrevivir a esta deriva burocrática: no ponga el recibo a la derecha porque se lo rechazan: póngalo a la izquierda. Hágalo al revés, porque al derecho no se lo van a aceptar. Y también existen los “filólogos”. Me refiero aquí, por supuesto, a los especialistas en hacer las interminables filas a las que la administración nos tiene acostumbrados, y que aquellos que tienen un trabajo no se pueden dar el lujo de hacer. ¿Cómo explicar a un Jefe que se lleva días haciendo la misma fila para hacer el mismo trámite, sin resultado alguno? Es mejor pagarle a alguien para que se pelee por uno y que luego regrese con el trámite completo.

Conclusión: no todo está perdido (al menos hay esperanza)

Debo ser justo: en este laberinto burocrático, también me he topado con servidores públicos que sí son serviciales. Admiro, lo acepto, las leyes que obligan a contratar personal con capacidades diferentes. Y, a nivel organizacional, existen algunas islas de eficiencia dentro del mar de ineficiencia.

…en este laberinto burocrático, también me he topado con servidores públicos que sí son serviciales. Admiro, lo acepto, las leyes que obligan a contratar personal con capacidades diferentes. Y, a nivel organizacional, existen algunas islas de eficiencia dentro del mar de ineficiencia.

Existen programas de calidad que funcionan, por lo que algunas sedes se esfuerzan constantemente por ocupar los primeros puestos en atención al cliente. Otras oficinas funcionan con estándares de primer mundo, exigiendo la menor cantidad posible de papeles y simplificando al máximo el acceso a formularios en Internet. El Estado no es solo una colección de frustraciones e ineficiencias. Sin embargo, me queda un sabor amargo, pues mi argumento es más profundo y tiene que ver con la sociedad en la que queremos vivir: ¿Por qué debemos suponer que nos quieren engañar en vez de partir del supuesto que podemos ser solidarios? ¿Por qué vivir en una sociedad de desconfianza cuando podemos hacerlo en una sociedad basada en la confianza? Si en Canadá se puede, de seguro que en cualquier otro país latinoamericano también se debe poder. No. No es idealismo. Se trata de exigir, de reclamar los servicios a los que tenemos derecho, en los estándares de calidad que merecemos, y de no ser castigados por ello.

Fernando A. Chinchilla
Ciudad de México (México), mayo de 2016

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

México y el Caudillismo

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“Un hombre hará la diferencia, pero una sociedad hará la revolución”

Nuestro país puede concebirse de diversas formas: como una nación llena de retos en cuanto a las áreas económicas, sociales y de derechos humanos, e igualmente como un pueblo pluricultural que ha tenido el privilegio de contar con una inmensidad de culturas y tradiciones, tanto mestizas como aquellas provenientes del México prehispánico. Es en ese factor pluricultural que puede apreciarse uno de los aspectos más arraigados que tenemos algunos mexicanos: el caudillismo. Considero de gran importancia expresar una postura personal respecto a este concepto, el cual, bajo mi punto de vista, se encuentra considerablemente establecido en nuestra visión individual y colectiva.

Ahora bien, se preguntará el lector ¿Qué es el caudillismo? Tal interrogante debería responderse con otros cuestionamientos los cuales he escuchado al tratar temas de política junto a otros compañeros, tales como: ¿Dónde quedaron los héroes que nos dieron la independencia? ¿Dónde quedó la gente como Morelos y Zapata?

El caudillismo no es más que la concepción que poseen una parte de los mexicanos en cuanto a la forma en la que ellos mismos verán llevada a la realidad aquella lucha por un México mejor. Entrando un poco a los elementos que integran el caudillismo es visible una postura quietista, entendiéndose como una esperanza pasiva y carente de movimiento, o, dicho en otras palabras: una esperanza con cadenas en vez de alas. Este quietismo va a la par con el aspecto intrínseco del caudillismo, el cual es el concepto de una figura arquetípica, mesiánica e idealista de una persona que llevará a cabo un cambio hacia todo el país. Desde figuras pertenecientes a siglos pasados como Emiliano Zapata o Benito Juárez, hasta las más contemporáneas como Fabio Beltrones (al menos para los militantes del PRI), Andrés Manuel López Obrador con su partido MORENA o nuestro gobernador en turno, Jaime Rodríguez Calderón con la bandera “independiente”, sobran los ejemplos de figuras arquetípicas responsables de mantener al caudillismo en el pensamiento de una parte de la población.

Recordando el artículo 39 de la Carta Magna, la soberanía reside en el pueblo, por lo que le corresponde, no a un líder “ejemplar” ni a un político fabricado cambiar al país, sino que corresponde a cada uno de nosotros hacer tal empresa.

Por otra parte, resulta imprescindible recalcar que esta noción ha sido mantenida y explotada por parte de algunos individuos pertenecientes al sector gubernamental; un ejemplo visible se encuentra en la educación básica, especialmente en las clases de historia que llevábamos cuando niños. A lo establecido anteriormente habría que agregársele, con el fin de complementar, la siguiente pregunta ¿En qué páginas de nuestros libros de historia se les hizo un énfasis a las personas que lucharon junto a las figuras de Morelos, Juárez o Villa? Aunado a lo anterior, no debe olvidarse el factor de explotación del caudillismo, utilizado en gran parte por actores políticos (actor en el amplio sentido de la palabra); desde la apariencia pueblerina de Fox durante su campaña presidencial, hasta la figura del “joven” que representa a un PRI “renovado” que brindó Peña Nieto, el caudillismo funge como una herramienta utilizada por la burocracia política.

Finalmente, luego de observar los alcances de tal concepción poseída por un grupo de paisanos, de recalcar la acción de conservación y explotación de esta misma por parte de entes políticos y de mencionar ejemplos clásicos y contemporáneos de caudillos, el lector habrá de tener la pregunta sobre ¿Qué hacer? La respuesta, a diferencia del inicio, debe contestarse ya no con otras preguntas cual Sócrates, sino con una afirmación: La democracia representativa no es votar un día, y callarse tres años. Con esto quiero decir que, la democracia que reconoce nuestra constitución no tiene cabida que una persona arquetípica haga su voluntad luego de ser votada por la mayoría, tampoco tiene cabida que los mexicanos bajemos nuestra voz hasta encontrar a otro individuo que siga nutriendo este círculo vicioso.

Recordando el artículo 39 de la Carta Magna, la soberanía reside en el pueblo, por lo que le corresponde, no a un líder “ejemplar” ni a un político fabricado cambiar al país, sino que corresponde a cada uno de nosotros hacer tal empresa.

…el lector habrá de tener la pregunta sobre ¿Qué hacer? La respuesta, a diferencia del inicio, debe contestarse ya no con otras preguntas cual Sócrates, sino con una afirmación: La democracia representativa no es votar un día, y callarse tres años

Termino con la siguiente frase, la cual, espero un día sirva para erradicar este caudillismo y nos ayude a cosechar una democracia representativa auténtica; “Un hombre hará la diferencia, pero una sociedad hará la revolución”.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

¿Por qué el gobierno necesita un Happiness Manager?

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No solemos cuestionar el porqué de la existencia de ciertos puestos de gobierno. Más bien, no tenemos idea, además del alcalde, los secretarios y algunos directores, qué otros puestos hay dentro de las administraciones de gobierno, tanto municipales como estatales y federales. ¿Sabemos quién se encarga de las compras del municipio? ¿Quién decide a qué proveedor se le van a comprar los uniformes para las secretarias del ayuntamiento? En todos los gobiernos hay una masa de personas a los que no les ponemos ni nombre ni cara que se encargan de llevar a cabo todo esto a lo que llamamos “burocracia”: entrega y recepción de oficios, pagos a proveedores, elaboración de reportes, seguimiento a trámites ya sea de licencias de manejar, de permisos para abrir un bar, de plantar un árbol en la banqueta de la casa, entre muchas otras cosas.

Generalmente son personas que han desempeñado su puesto desde 5 hasta 15 años, son legendarios en las oficinas de gobierno, se conocen entre todos porque o son parientes o llevan toda la vida ahí. Hay muy poca rotación en estos puestos (a veces cambian de puesto pero ahí mismo en gobierno, no entran personas nuevas) y los requisitos para entrar no son muchos, de hecho, no es necesario haber terminado la preparatoria. Entonces, cuando estés en medio de un trámite burocrático preguntándote ¿cómo es posible que tarden dos semanas en entregarme un simple papel? Piensa en que probablemente quien se esté encargando de tu papel es una persona que empezó a trabajar ahí sin nunca haber usado una computadora, y su trabajo no incluye capacitaciones para aprender a usar el sistema y poder dar un mejor servicio al usuario, que en este caso es el ciudadano.

Generalmente son personas que han desempeñado su puesto desde 5 hasta 15 años, son legendarios en las oficinas de gobierno, se conocen entre todos porque o son parientes o llevan toda la vida ahí.

Y es en este momento en donde podemos tomar la pregunta del título: ¿por qué el gobierno necesita un Happiness Manager? Nos encanta ver imágenes de las oficinas de Google y de Apple, cómo sus empleados tienen acceso a áreas comunes con sillones de colores, alberca de pelotas y comida ilimitada. ¿Es válido, no? Ese dinero lo hacen ellos con su trabajo día a día, es una empresa privada; si dentro de su reglamento se permite tener una siesta diaria dentro de la oficina, ¡adelante! Aunque, ¿tendrían acceso a todo esto sin nosotros los consumidores? ¿Qué no es nuestro dinero, al comprar un iphone, una tablet o un cargador para mi celular lo que hace que ellos puedan llevar este estilo de vida en el trabajo?

Ahora veamos una oficina de gobierno, y no estamos hablando de la oficina del gobernador, si no de la oficina en donde se atienden los trámites ordinarios del día a día. Todos aquellos que hemos hecho un trámite en oficinas de gobierno nos hemos topado con ventanillas pequeñas, pisos viejos, sillas insuficientes, puertas rotas, baños sucios, etc. ¿Te imaginas ver eso todos los días en tu espacio de trabajo? Claramente estas personas no están trabajando para crear un celular o una tablet que va a hacer tu vida más feliz, pero sí están trabajando y lo están haciendo con las herramientas que tienen disponibles y a su alcance.

—Director, quería ver si había manera de conseguirme un escritorio nuevo. El mio tiene humedad y le está saliendo un hongo en una pata.
Íjole, ¿sabes qué? Ahorita no tenemos recurso para eso. Tú llevas ya 8 años aquí, ya sabes como son las cosas; ahorita como no somos del mismo partido de la federación, nos traen bien cortos de dinero.

Y así pasan los días en las oficinas burocráticas. Sin recursos para material nuevo, sin áreas comunes y con un microondas para que 30 personas calienten la comida de su tupper. Porque en realidad no importa, el alcalde tiene el mismo sueldo pase lo que pase, su equipo no tiene que vender más para que él tenga su salario asegurado. Su “cliente” es el ciudadano, y por las particularidades del sistema, lo que gana el alcalde no está relacionado a la calidad de su desempeño ni del de su equipo. Una nota en el periódico no le descuenta el día.

¿Por qué un Happiness Manager?

Un Happiness Manager es la persona que propicia a que haya un ambiente de trabajo sano. No se trata de hacer fiestas o de contar chistes. Es alguien que está enterado de las necesidades del equipo, y que prioriza las compras internas a favor del desempeño óptimo del empleado. No es la persona encargada de llevar el pastel de cumpleaños, es la persona que sabe que de regalo de cumpleaños, te hará feliz una memoria externa para tu computadora porque vas a trabajar mejor. No es la persona que organiza la posada en diciembre, es la que identifica qué tipo de talentos hay en el equipo y comunica el potencial que se tiene al estar trabajando todos juntos; tiene la información suficiente para contestar las preguntas ¿quiénes somos, y qué podemos lograr?

Un Happiness Manager es la persona que propicia a que haya un ambiente de trabajo sano.

¿Qué pasaría si alguien dentro de gobierno se encargara de identificar el potencial de cada quién y llevarlo al nivel máximo? Si se supiera que hay personas trabajando en la Secretaría de Educación que no terminaron la prepa y se quedaron con ganas de estudiar administración. Alguien que les consiguiera un curso intensivo nocturno para que aprendieran excel avanzado, y mejorara los procesos de admisión de solicitudes. Que alguien viera que a las 2:00 de la tarde se hace una fila de 30 minutos para poder calentar la comida en el único comedor del edificio. ¿Nos importaría que con nuestros impuestos se pagara un segundo microondas?

La manera en que el gobierno resuelve los problemas es deplorable. Desde pavimentar una calle hasta responder a los familiares de los desaparecidos. Es algo sistemático, ya con mucha raíz. ¿Por qué no trabajamos con lo que hay, y hacemos que alguien se encargue de que estas personas den lo mejor que tienen? Alguien que desde adentro se encargue de levantar los ánimos, que incite a hacer los trámites a tiempo. Difícilmente creo que el puesto no exista porque al gobierno no le conviene. El problema es que está mal visto que en gobierno haya un ambiente de trabajo divertido, liviano. Lo alegre lo relacionamos con lo ineficiente, y creemos que deben de estar en malas condiciones porque se lo merecen. ¿Será que por que trabajan en ambientes …. los resultados son ineficientes?

¿Qué pasaría si llegas a una oficina de gobierno, y te reciben con café, té y unas galletas? Y en la televisión de la sala de espera un tutorial sobre cómo sembrar tus propios huertos, en vez de la novela de Televisa.

El Happiness Manager tendría la responsabilidad de conseguir recursos destinados al ambiente laboral, y así al ambiente en el que se atiende al ciudadano.

Es necesario que haya un intermediario entre las necesidades de un equipo de trabajo y el funcionario público. El Happiness Manager tendría la responsabilidad de conseguir recursos destinados al ambiente laboral, y así al ambiente en el que se atiende al ciudadano.

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