Nunca olvidaré las olimpiadas de Atenas 2004 por Ana Guevara, la primera mujer deportista mexicana que conocí. Ana se convirtió inmediatamente en mi ídolo y referente del deporte nacional, le bastaron 49.56 segundos para emocionar a una niña de 12 años y enorgullecer a un país entero. La imagen de la velocista en el estadio Olímpico de Atenas, alzando la bandera de México sobre sus hombros y recibiendo la medalla de plata, son mis recuerdos favoritos de esos juegos olímpicos, pero no son los únicos.
También recuerdo los comentarios -erróneos y fuera de lugar- que hacían referencia a su cuerpo y su apariencia física. La discusión en torno a que si “parecía hombre” y era poco femenina, o los cuestionamientos sobre si realmente era mujer. Tenía 12 años y no lo entendí pero el mensaje era claro: ser Ana Guevara y ser campeona olímpica, no es suficiente, eso no basta para ser respetada y admirada como deportista.
Ser mujer y ser deportista no es suficiente. No basta una vida de sacrificios, dedicada al deporte, a representar a tu país y entregar tu alma para intentar alcanzar la gloria olímpica. Las mujeres también tienen que cumplir con los estándares del certamen de belleza extra-deportivo y cumplir con los estereotipos de femineidad y expectativas de un montón de jueces que son los espectadores.
El juicio a las atletas se concentra en su apariencia física y en su cuerpo, no en su profesión. Y sí el cuerpo de una mujer deportista, como el de cualquier deportista, es muy importante, pues es su instrumento de trabajo y el sostén de su carrera, el que contiene la fuerza y despliega la magia en la pista, en el gimnasio o en una cancha de futbol.
Pero el juicio hacia las mujeres va cargado de body shaming y de un lenguaje sexista, que es evidente cuando en las noticias y sus encabezados predominan las listas de las 10 más bellas o los mejores cuerpos.
En México alguna vez fueron señaladas y víctimas de este juicio erróneo Ana Guevara, la grandísima Soraya Jiménez y ahora Alexa Moreno. Pero junto con las mexicanas muchas otras mujeres del mundo son también víctimas. Un claro ejemplo es Serena Williams, una de las más grande tenistas de la historia y la actual número uno del WTA, quien constantemente se enfrenta a críticas en torno a su figura.
Con este juicio el triunfo de las deportistas rápidamente se olvida y su arduo trabajo se demerita. Lo espectadores, los medios de comunicación y los mismos organismos deportivos son los culpables. Recientemente en el mundial femenil del 2015, la FIFA obligó a algunas jugadoras a pasar una prueba de género que revisa sus características sexuales y demuestra que efectivamente son mujeres aptas para competir en el torneo [1].
Algo parecido ocurre en pruebas realizadas por el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Asociación Internacional de Atletismo (IAAF). Caster Semenya, velocista sudafricana, desde el 2009 ha tenido que ser investigada y sometida a varios análisis para demostrar su “feminidad”, similar el caso en el 2014 de la corredora india Dutee Chand.
Estas pruebas y críticas basadas en el género, evidencia el valor de los estereotipos en torno a la feminidad-masculinidad y al poder de los estándares de belleza definidos equívocamente.
El cuerpo de las mujeres, deportistas es motivo de debate público y cualquiera se atreve a reclamarle, discutirle, señalarle, y rechazarle al cuerpo de una atleta. Todos intentan obtener una ventaja o una medalla de ese cuerpo extraño para después celebrar un triunfo ajeno; mientras que ellas sólo intentan hacer lo que más aman con lo más valioso que poseen, su cuerpo.
[1] Esta medida fue adoptada el 30 de Mayo del 2011 por la FIFA.
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