Últimamente trato de evitar a toda costa mi feed de Twitter. Entre tuits de mis amigas y amigos activistas que se hacen virales provocando reacciones iracundas (y hasta algunas veces violentas) por parte de quienes piensan de manera distinta, hasta tratar fallidamente de esquivar los hashtags de intentos de “cancelación” de alguna figura pública, decir que Twitter ha creado un ambiente hostil para cualquier tipo de comunicación política es una atenuación de la realidad.
Vivimos en una infodemia y Twitter es uno de los principales medios de transmisión.
El clima político actual en México es complejo y polarizado, donde el discurso diario radica en el “ellos” y “nosotros”, los “fifís” y los “conservadores”, los simpatizantes de nuestro actual presidente y todos los demás. Todo se trata de absolutismos, no hay cabida para los matices ni puntos intermedios. Y en dado caso de que alguno no se haya percatado de la connotación de esta diatriba, tan solo es necesario sintonizar los primeros minutos de la conferencia mañanera de AMLO para percibirlo de primera mano. No creo que ninguno de estas posturas sea la “correcta”. Sin embargo, creo que a ambas carecen de profundidad en las conversaciones actuales.
Poco se puede esperar cuando la comunicación del máximo poder ejecutivo del país radica en herramientas discursivas populistas y donde los medios de comunicación fungen como cámaras de eco para difundir su mensaje. “Divide y vencerás” ha sido la estrategia de la actual administración y vaya que les ha funcionado; basta con ver el mapa político del país de las últimas elecciones a gobernador y las altas tasas de aprobación de la mayoría de nuestros mandatarios.
Actualmente tenemos una gran brecha entre dos polos opuestos que incentivan el divisionismo. Este fenómeno se extrapola a todas las causas y movimientos sociales, el claro ejemplo de ello es el diálogo (o ausencia de este) entre miembros del movimiento feminista en redes sociales.
Dentro de los feminismos, siempre ha habido convicciones ideológicas diversas. Ahora, debido a la coyuntura entre el auge de las redes sociales, la polarización política actual y la atención mediática y de la sociedad civil ante la crisis de violencia de género en el país, estas diferencias internas se han acentuado exponencialmente.
No me malentiendan, históricamente, dentro del movimiento feminista nunca hemos estado de acuerdo en su totalidad. La dignificación del trabajo sexual, los vientres de alquiler y la inclusión de las mujeres trans al movimiento han sido algunos de los puntos de discordia entre los feminismos.
Parafraseando a la historiadora Rosalind Delmar en su ensayo What is feminisim? (1980), la unidad del movimiento nunca ha podido basarse en el hecho esencialista de la creación de una identidad compartida por el simple hecho de ser mujeres. Sí, todas somos mujeres, pero no compartimos vivencias generalizadas. Sí, nunca nos hemos puesto de acuerdo, pero ahora parece que ni siquiera nos podemos escuchar las unas a las otras. O en su defecto, no podemos leer los tuits ajenos a nuestro propio pensar.
En uno de los más recientes sucesos de esta constante riña ideológica en materia de género, la periodista y activista, Lydia Cacho fue foco de polémica al retuitear un vídeo con una declaración transfóbica. Poco después, Cacho borró el tuit y este fue reemplazado por una disculpa hacia la comunidad trans por parte de la periodista, arrepintiéndose de haber dado visibilidad a una postura basada en odio y admitiendo su error.
Soy fiel creyente de que no hay un feminismo que realmente luche por todas hasta que se incluyan las prioridades y necesidades de las mujeres trans en la agenda feminista. No simpatizo, ni comprendo en lo más mínimo la perspectiva mujerista que se aferra a la biología para distinguir lo que significa “ser mujer”. Sin embargo, al ver las conversaciones ensordecedoras y poco fructíferas que se llevaron a cabo después del tuit de Lydia Cacho y posterior a su disculpa, caí en cuenta que estas “guerras verbales”, como ella misma lo menciona, no son la respuesta.
En una plataforma plagada de declaraciones de disculpas con el único fin de conservar reputaciones y evitar represalias sociales, creo que el comunicado de Lydia Cacho es uno de los pocos que he percibido sincero.
A como yo lo veo, no creo que la respuesta en torno a la polarización sea la tibieza, pero tampoco creo que la solución sea la cultura de cancelación en la cual estamos inmersos, la cual no da pie a ningún tipo error ni rectificación. Tampoco creo que la solución radique en tolerar lo intolerable y de mantenernos impasibles ante situaciones violentas y discursos de odio.
La semana pasada, en su columna de opinión en el Washington Post, Ignacio Rodríguez Reyna aborda la búsqueda del “antídoto” de la polarización entre la sociedad mexicana, donde hace un llamado a permitirnos vivir en los “grises” y los matices, donde exista un discurso deliberadamente plural.
Definitivamente no tengo las respuestas absolutas, ni mucho menos el “antídoto”, pero creo que el primer paso consta en poder escuchar activamente al “otro” lado, tratar de cuestionar lo que nos parecen verdades únicas, preguntarnos, rectificarnos, sacar por un momento las miradas de nuestras pantallas y algoritmos y crear puentes de entendimiento. Porque mientras nos ponemos de acuerdo entre “fifís” y “conservadores”, cada día nos acercamos más al 2024 y perdemos la oportunidad de crear una fuerza y discurso político “que honre la complejidad que nos habita” a los mexicanos, como lo mencionó Cacho en su cuenta de Twitter.