Salvando al sol naciente: El milagro japonés

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La mejor manera de crecer rápidamente es bombardear al país.

-Milton Friedman

Japón es un país que desborda aparentes contradicciones fascinantes: tradición milenaria junto a avances tecnológicos, una cultura de disciplina comunitaria en conjunción con una economía capitalista. Estas contradicciones o conjunciones fueron la base del milagro japonés del siglo XX, un periodo que llevó al país de la derrota a convertirse en una de las economías más dinámicas del mundo, llegando incluso a posicionarse como la segunda economía global y la primera en PIB per cápita.

Para entender la economía japonesa, hay que mirar más allá de los números y las teorías tradicionales. Japón no solo es un caso único en la historia global; es un testimonio vivo de cómo la cultura y la idiosincrasia de una nación pueden moldear su destino económico. Este mismo espíritu, profundamente arraigado en su cultura, permitió a Japón convertirse en una potencia mundial en un tiempo sorprendentemente corto.

Japón es un ejemplo de cómo la economía no puede desvincularse de la sociedad que la impulsa. Su enfoque colectivo, su respeto por la jerarquía y la innovación como pilar del progreso son manifestaciones directas de su idiosincrasia. A diferencia de muchas economías occidentales, donde el individuo y el riesgo son celebrados, Japón construyó su milagro a partir de la cooperación. Lo que fue su panacea también se convirtió, con el tiempo, en su mayor pecado al globalizarse, soltando un poco los pies de su tierra.

Esta es la primera de dos partes en las que exploraremos mi tema del momento: el ascenso económico japonés en el siglo XX y cómo este modelo fue puesto a prueba por una burbuja que marcó un antes y un después en su historia. Todo esto resaltando la manera en la que la cultura influye en las decisiones políticas y económicas de los países.

Idiosincrasia y economía

La economía de un país no se define únicamente por sus recursos y políticas, sino también por su cultura, historia y, por ende, su idiosincrasia. La forma en que una sociedad vive y evoluciona según su contexto material e histórico impacta la manera en la que valora el trabajo, el ahorro, el consumo y las relaciones humanas; lo que, a su vez, determina cómo se estructuran los negocios y las políticas económicas.

Para Japón, por ejemplo, el énfasis está en la disciplina, la mejora continua (kaizen) y la resistencia y perseverancia (gaman). Estos valores moldearon su reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial y forjaron un modelo económico altamente competitivo. Este modelo no es universal: otras naciones, como Estados Unidos, prosperan al priorizar la evolución individual y la toma de riesgos. La economía es, en esencia, un reflejo de los valores aspiracionales de una sociedad.

Kintsugi: Reparar con oro

Tras la Segunda Guerra Mundial, Japón quedó roto, lleno de grietas, en un sentido literal para su infraestructura, pero también en lo personal, con un orgullo dañado. Para sobreponerse, fiel a sus principios, decidió reparar las grietas con oro, haciendo énfasis en sus fracturas en lugar de ocultarlas o disimularlas.

Es septiembre de 1945. Japón se ha rendido ante Estados Unidos luego de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. La guerra ha dejado en cenizas a un país que aún se construía con madera y papel.

Hay que entender que Japón nació como una nación basada en el sector primario, siendo históricamente un gran exportador de arroz, trigo y papas; así como de productos ganaderos y pesqueros. Luego del periodo bélico, era necesario replantearse la vocación del país desde sus cimientos. Por ello, a partir de mediados del siglo XX, los planes de estímulo se centraron en la industrialización, la inclusión total de la población económicamente activa y, sobre todo, la creación de nuevos productos y el uso de tecnología.

Japón también tuvo la “suerte” de estar cerca de la península de Corea y presenciar la guerra entre 1950 y 1953, la cual culminó con la famosa división en el paralelo 38. Este suceso incrementó la demanda de productos desde el exterior, incluyendo aquellos financiados por el Plan Marshall.

A partir de ahí, ganadores del Nobel como Simon Kuznets identificaron cuatro modelos económicos: los países desarrollados, los no desarrollados, Argentina (que, según él, era un caso enigmático por su falta de crecimiento) y Japón (que tampoco se entendía por qué crecía tan rápido). En este texto trataré de llegar a mi propio entendimiento de qué sucedió y cómo se llegó a una burbuja que dejó a Japón en un periodo de estanflación.

La gran máquina de exportación

La apuesta de la política económica japonesa lo llevó a convertirse en una brutal máquina de exportación de productos de alta tecnología. Muchos productos que vende Japón fueron inventados en el extranjero, pero mejorados en calidad y procedimientos de fabricación por los japoneses (vid. just-in-time).

Dentro de estas políticas económicas, se incluyó la relajación de las reglas antimonopolio, beneficiando así a los keiretsu. Esta es una forma de organización en la que empresas se vinculan de manera vertical (jerarquía productiva, como Toyota y sus subsidiarias) u horizontal (vinculación cruzada en relaciones bancarias, como Mitsubishi). El crédito del banco central a los bancos comerciales fluyó hacia los conglomerados, que empezaron a crecer vertical y horizontalmente. Estos conglomerados no repartían muchos beneficios, ya que sus gestores estaban más interesados en el pago de intereses. Este crecimiento entre 1955 y 1962 pavimentó el camino para los dorados años 60. En estos años se fue liberalizando poco a poco el comercio internacional.

Es en ese momento cuando Japón comienza a arrasar culturalmente. Su mejor estrategia fue invitar al mundo a conocerlo en los Juegos Olímpicos de 1964, presentándose como una nación avanzada y retransmitiendo los juegos en televisión a color y en tiempo real, en parte usando tecnología japonesa. También se insertaron en el entretenimiento, protagonizando películas como James Bond, Black Rain, Rising Sun o Die Hard. De acuerdo con el Banco Mundial, los años 60 fueron de alto crecimiento; tan solo en 1969, la economía japonesa creció un 12.49%.

También se ha argumentado que Japón se benefició enormemente de no contar con un ejército y estar “protegido” militarmente por Estados Unidos. Desde 1975 hasta 1991, el crecimiento de la economía japonesa no fue menor al 3% anual, lo que permitió relocalizar los esfuerzos bélicos y militares hacia fines más productivos.

La llegada de los acuerdos del Hotel Plaza-Louvre y la apreciación del yen japonés

Para los años 80, Japón ya se había consolidado como la segunda economía del mundo, llegando incluso a superar a Estados Unidos en términos de PIB per cápita. Sus exportaciones de productos tecnológicos y de consumo–como relojes de cuarzo, Walkmans, consolas de videojuegos (SEGA, Nintendo), autos (Mazda MX-5, Toyota Camry), relojes Casio, entre muchos otros–desplazaron a centenares de fabricantes en diversas partes del mundo. Tokio se convirtió en la bolsa de valores más grande del planeta, mientras que la bolsa de Osaka superó a la de Londres, relegándola al cuarto lugar.

El enorme superávit comercial japonés generó desequilibrios económicos en otros países industrializados, particularmente en Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania Occidental, cuyos déficits comerciales se profundizaron. Para corregir esta situación, estos países, junto con Japón, firmaron los Acuerdos de Plaza en 1985 en el icónico Hotel Plaza de Nueva York (sí, el de Home Alone 2), seguidos por los Acuerdos de Louvre en 1987 en París. El objetivo de estos acuerdos era inducir la apreciación del yen para hacer las exportaciones japonesas más caras y reducir su dominio en el mercado global.

Para cumplir con lo pactado, el Banco de Japón tuvo que reducir sus tasas de interés drásticamente, con la intención de contrarrestar los efectos negativos de la apreciación del yen en las exportaciones. Sin embargo, la combinación de una moneda fuerte y tasas de interés bajas creó una receta perfecta para una burbuja especulativa.

El inicio de una burbuja

La apreciación del yen fue un éxito para las economías occidentales: su valor pasó de 250 yenes por dólar en 1985 a 160 yenes por dólar en 1986. Sin embargo, en Japón, la fuerte revaluación de la moneda causó preocupación, ya que encareció sus exportaciones y redujo su competitividad internacional. En respuesta, el Banco de Japón bajó las tasas de interés de manera agresiva, reduciéndolas del 9% en 1980 al 2.5% en 1987. No obstante, en lugar de lograr el efecto deseado de fomentar el consumo interno y equilibrar la economía, la moneda siguió fortaleciéndose, alcanzando los 130 yenes por dólar en 1990.

La apreciación del yen y el abaratamiento del crédito no llevaron a un aumento significativo en el consumo interno, como esperaban los economistas de la época. En su lugar, los inversionistas japoneses aprovecharon la fortaleza de su divisa para adquirir activos en el extranjero, comprando desde campos de golf en Hawái y California hasta el Rockefeller Center en Nueva York.

A nivel interno, el abaratamiento del crédito y la especulación financiera crearon una fiebre de inversión en activos inmobiliarios y bursátiles. En 1985, se modificó la regulación bancaria japonesa, permitiendo a los bancos pagar intereses sobre los depósitos de los clientes. Esto incrementó la competencia entre bancos para captar depósitos, lo que a su vez los incentivó a vender acciones y contabilizar las ganancias de capital sin la necesidad de aumentar tasas de interés.

El Banco de Japón, además, estableció cuotas de préstamos, limitando lo que los bancos podían prestar. Sin embargo, con el crédito barato fluyendo y los bancos compitiendo ferozmente por captar clientes, eventualmente se agotó la oferta de prestatarios de bajo riesgo, lo que llevó a un aumento en los préstamos especulativos y de alto riesgo.

Así, la economía japonesa entró en una espiral de sobreinversión y especulación que, aunque en el corto plazo dio la impresión de prosperidad ilimitada, en realidad estaba inflando una burbuja que tarde o temprano colapsaría, arrastrando consigo a una de las economías más pujantes del mundo.

La burbuja financiera japonesa de los años 80 y su colapso en los 90 fueron el resultado de una combinación explosiva de factores económicos, demográficos y culturales. La apreciación del yen tras los Acuerdos de Plaza y Louvre encareció las exportaciones japonesas, lo que llevó al Banco de Japón a reducir drásticamente las tasas de interés, facilitando el crédito barato y alimentando una ola especulativa. Los bancos, incentivados por nuevas regulaciones, canalizaron enormes cantidades de dinero hacia los keiretsu, mientras que la Yakuza infló aún más el mercado inmobiliario con redes de préstamos y lavado de dinero. Paralelamente, la población japonesa experimentó un auge que, de repente, se desaceleró, alterando la demanda de vivienda y consumo. El exceso de inversión en activos sobrevalorados, sumado a un cambio en la narrativa global donde Japón pasó de ser visto como un modelo a seguir a un antagonista en la economía mundial, terminó por reventar la burbuja. Este fue el inicio de una crisis que marcó un antes y un después en la historia económica japonesa.

*Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusivamente al autor y no a sus enlaces profesionales

Sobre el 2023 y el futuro…

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Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres

-Sir Isaac Newton

Ni siquiera una de las mentes más brillantes pudo sobreponerse a la locura y surrealidad de los mercados. En 1720, Sir Isaac Newton perdió su fortuna en la burbuja de la Compañía de los Mares del Sur. Un error en sus pronósticos al no contemplar la manía como una de sus variables, le significó millones de libras en pérdidas al entonces Maestro de la Casa de la Moneda británica.

Pasado reciente y futuro próximo

El estratega y profesor John Jennings publica anualmente pronósticos para el mercado de valores, sin embargo, su texto en Forbes correspondiente a este año cuenta con un disclaimer muy particular puesto que prefiere ser no específico con referencia a valores y variables: Sé que estas predicciones son insatisfactorias, sin embargo, son tan precisas como cualquiera puede serlo para predecir los rendimientos del mercado.

Para poder hablar del futuro, será necesario hacer un breve recorrido de lo que fue el 2022. En pocas palabras: inestabilidad. Los principales índices se vieron con resultados negativos. Por ejemplo, S&P perdió casi 20%, el IPC 9%, Nasdaq 33%. Además de que los principales indicadores apuntaron desaceleración económica siendo que el PIB Mundial creció apenas 3.2%, procedente de un crecimiento de 6% en 2021. Los únicos activos que aumentaron fueron aquellos de renta fija en el orden del aumento de las tasas a nivel generalizado por los bancos centrales, esto en respuesta a la coyuntura de alta inflación.

El arte de pronosticar… ¿o predecir?

Hace poco leí que pronosticar con base en cifras históricas es como capturar un animal salvaje, enjaularlo (en una distribución) y decir que ya lo domesticaste. No es así en un sentido estricto, sigue siendo un animal salvaje. Solo porque -cabe- en una distribución, no significa que será estable de manera perene (vid. Taleb).

Yield Curve - an overview | ScienceDirect Topics
Fuente: ScienceDirect

Si alguna vez has visto esta gráfica, sabrás de la “certeza” que ha dado al predecir 8 de las últimas 8 recesiones a nivel global. Campbell Harvey, su inventor, indicaba que una curva de rendimiento en contextos normales tendría una pendiente positiva respecto a la duración de los activos; sin embargo, cuando los mercados se encontraban inseguros e inestables, dicha pendiente se invertía, indicando una recesión venidera. Pues incluso Campbell ha asegurado que su modelo se encuentra sobrepasado… roto.

Cada vez entendemos más lo poco que sabemos de variables económicas como inflación y sus efectos. Jerome Powell ha llevado la subida de tasas de la Reserva Federal de los Estados Unidos bajo un discurso que roza en lo nihilista; ni siquiera sus modelos y el conocimiento de miles de economistas detrás han podido llegar a conclusiones certeras. Inclusive, subgobernadores del Banco de México como Jonathan Heath han comenzado a admitir las limitantes que existe en el conocimiento actual sobre los temas macroeconómicos. Todos los modelos están y probablemente seguirán rotos, puesto que, por construcción, la linealización de parámetros deja fuera muchas cosas. El gran problema con hacer proyecciones y pronósticos es que se que realizan sobre una sola variable; sin embargo, el futuro es más complejo que eso.

No one knows anything dice el titular de enero de uno de los artículos de Axios (2023). “Después de casi tres años de conmociones económicas y geopolíticas, los expertos se dan por vencidos y admiten que no saben lo que vendrá después”. Hoy, la probabilidad de una recesión en 2023 es de entre 45% y 55%, según los autores de Goldman Sachs. Existen argumentos sólidos para ambas posibilidades.

Bien… la realidad es que todo esto no importa, probablemente el discurso de humildad se vaya una vez que este episodio de incertidumbre tenga fin ya sea con una gran depresión o una época de auge. Pero regresará en el siguiente ciclo. La exprofesional de póker Annie Duke ha comentado en sus libros que la suerte rebasa a las aptitudes de una persona a la hora de pronosticar, esto tanto en el juego y como en la vida. Lo que podemos aprender de ello es que tiene más valor el estar preparado para cualquier escenario sobre tratar de predecir qué ocurrirá. Algunas de las lecciones que tiene Annie son: Apuesta arriesgado, pero poco; aprende a distinguir cuándo no apostar; y no exponerte a riesgos catastróficos.

No caer en trampas del azar

Esto no significa que no sepamos realmente nada, sino que aquello que rige las decisiones que toman los grandes corporativos, los gobiernos y las personas ha quedado obsoleto. Hoy es necesario tomar un compás, saber tu norte y comenzar a tomar riesgos. Que el valor esperado del resultado sea positivo respecto al costo de oportunidad de tu decisión sin la certeza milimétrica.

De acuerdo con Nassim N. Taleb, es necesario tener una mente lo suficientemente abierta como para lidiar con el azar y lo que ello significa emocionalmente. Tal pareciera que somos más “racionales” y científicos en los detalles de nuestra vida diaria que en aquellos que pueden dañarnos y amenazar nuestra supervivencia. La vida moderna parece invitarnos a volvernos extremadamente realistas e intelectuales cuando se trata de asuntos como la religión y el comportamiento personal, pero tan irracional como sea posible cuando se trata de asuntos regidos por el azar (por ejemplo, cartera o inversiones inmobiliarias). Probablemente sea interesante hablar del azar en nuestras vidas en textos de las siguientes semanas.

Entonces, el futuro…

Me da orgullo que este texto haya comenzado teniendo el objetivo de hablar de 2023 y que no lo haya cumplido. Si una cosa hay que decir sobre el futuro es que hay que hacernos robustos. Esperar lo mejor, pero estar preparados para lo peor. Tal como dicen las mejores mentes en estos momentos, 2023 pinta para ser un año de recuperación y soft landing, pero con una posibilidad real de que no sea así, especialmente para México.

A la hora de hablar del futuro, será necesario tener la humildad de decir “no sé”, estar conscientes de nuestros posibles errores y saber que aquellos que nos dedicamos a pronosticar, no somos invencibles. Es demasiado pedir para un mundo económico que se sostiene con la confianza, pero una pizca de humildad es suficiente viraje para modificar el paradigma y cambiar nuestro sistema.

*Economista, consultor y tuitero