“Curemos” la ignorancia, no la homosexualidad

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Hace un par de días se volvió penado impartir terapias para “curar” la homosexualidad en la Ciudad de México. 

Me llené de sorpresa al ver que las terapias psicológicas con el objetivo de modificar la orientación sexual, la identidad o la expresión de género, siguen siendo utilizadas en México y en el mundo. Estas terapias causan un daño psicológico al agudizar la falta de aceptación de uno mismo y el sentimiento de culpa al pensar que hay algo mal que debe ser “curado”. 

 La terapia de conversión tiene un pasado interesante, puesto que ha sido históricamente practicada tanto por “profesionales” de la salud mental, como por miembros de comunidades religiosas que no cuentan con una certificación psicológica para realizar ejercicios de modificación de la conducta. En la actualidad, quien pretenda “curar” la homosexualidad o la elección de identidad/expresión de género, así como quien busque forzar a otro a recibirla, será penado con entre 2 y 5 años de prisión o hasta 100 horas de trabajo comunitario en la capital del país. Esto, debido a que quien la realiza o la consciente, se encuentra en proceso de violentar la libertad de identidad y de expresión de quien recibe la -así llamada- terapia de conversión. 

La motivación para impartir esta terapia yace en la convicción moral-religiosa de que la homosexualidad o la identidad/expresión distorsionada del género (identificarse con el género opuesto o considerarse no-binario), es una particularidad rechazada por diferentes religiones alrededor del mundo e incluso digna de castigo. Habiendo dicho esto, es justo que intervenga el Estado en una práctica que se fundamenta en la desaprobación de la identidad humana según diversos sistemas de creencias. 

La penalización de las terapias de conversión en la Cd. de México representa un paso importante en pro del respeto, la inclusión y la aceptación de la comunidad LGBTIQ+, como seres humanos en sociedad, puesto que prohíbe este intento por cambiar quienes son. La penalización debe verse como un puntero que invite a otros estados de la República a reformarse y trabajar por la construcción de una comunidad diversa pero inclusiva; ya que esto genera un ambiente seguro para el desarrollo de personas plenas. 

#ElTalónDeAquiles: “El Orgullo Gay”

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Durante el mes de junio, fuimos testigos de las “Marchas de la Diversidad” alrededor del mundo. El evento, que originalmente se llamó “Marcha del Orgullo Gay”, ha generado polémica desde su inicio, no solo por la oposición de segmentos reaccionarios de la sociedad, que ven aquí la desinhibida perversión inmoral de “los modernos”, sino también por los cuestionamientos de la propia comunidad LGBT (Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual). El día oficial de celebración es el 28 de junio, pues se conmemoran las manifestaciones espontáneas y violentas contra una redada policial realizada en la madrugada del 28 de junio de 1969 en el bar neoyorquino Stonewall Inn. Otro momento habrá para hurgar en el pasado. Hoy, deseo elaborar sobre el significado de la marcha.

Por un lado, se argumenta que la marcha refuerza estereotipos sociales, pues miembros de la comunidad gay hay para todos los gustos. Los medios de comunicación siempre publican provocativas extravagancias (con lo que se desdibuja la diversidad), pero existen los twinks y los bears, los que parecen, pero no son (o tal vez sí), y los que no parecen, pero sí lo son. Hay almas de mujer en cuerpos de hombre (y viceversa), travestís que revindican su género, y gente que no cabe en moldes. Tanta es la diversidad, que recientemente se acuñó el término queer para incluir a los que no caben en nuestra fábrica de estereotipos. De hecho, debería referir a la comunidad LGBTIQ (Lésbico, Gay, Bisexual, Transgénero, Intersexo, Queer) para ser políticamente correcto. La retórica social nos enseña que la “normalidad” está en la homogeneidad, pero la realidad muestra que la diversidad es lo “normal”.

Por otro lado, se arguye que la comunidad tiene prioridades. La homosexualidad aísla, deprime, discrimina. Por ser gay, se pueden sufrir ataques, incluso ser asesinado, o perder el trabajo y el apoyo familiar. Claro, la situación varía de una región a la otra. En los países del norte (con la notable excepción de Rusia, entre otros), los avances son significativos. Incluso, aquel elemento clandestino, rebelde, y anticonformista característico de la cultura gay anterior a los años 1990s, fue sustituido por la defensa de derechos conservadores. Esto no es necesariamente “malo”: si la mujer tiene el derecho de decidir si usa burka, un gay debe poder decidir si adhiere a hipotecas familiares del estilo Modern Family. Pero, en otras regiones, por ejemplo, en África o en Medio Oriente, la reivindicación es más necesaria que nunca, pues el simple hecho de visibilizarse cuesta caro. Las marchas siguen entonces teniendo una función, social, ya sea para denunciar, para celebrar, o para mostrar solidaridad internacional.

Hay muchas críticas más. Se lamenta, por ejemplo, el énfasis puesto en la “fiesta”, que lleva al consumo excesivo de drogas. Se señala también que la comunidad es víctima del “capitalismo rosa”, de una comercialización excesiva. Esas son, sin embargo, críticas aplicables a la sociedad en general. El alcoholismo y la adición a otros tipos de sustancias, sean estas lícitas o ilícitas, afectan a diversos segmentos sociales. Además, la sociedad actual ya no está constituida por “pacientes”, “estudiantes”, o “feligreses”, sino por “clientes”.

Siempre opiné que no hay por qué sentirse orgulloso de ser gay, así como tampoco se debe estar orgulloso de ser heterosexual. Pero las marchas no existen para eso, sino para recordarnos que nadie debe avergonzarse de ser lo que es. Además, el evento celebra la diversidad. Se trata de una oportunidad para que todos – niños, abuelas, personas con discapacidad, las pocas personas “normales” que por ahí deben existir, y sí, a miembros de la comunidad LGBTIQ – nos congreguemos en un ambiente de fiesta. La marcha será innecesaria cuando, en vez de ver preferencias sexuales o anticonformismos sociales, veamos amor, no del que requiere ser respetado, tolerado, o comprendido, sino del que no requiere ser juzgado. Mientras eso no suceda, la afirmación reivindicativa y la celebración, con orgullo, alegría, y sin remordimientos, seguirá siendo necesaria.

Fernando A. Chinchilla

Cholula (México), julio de 2017