En el siglo de los avances tecnológicos, de la modernidad, de la globalización y de los constantes cambios hay cosas que se mantienen. Algo tan simple como el sexo aún marca el destino de una persona, influye la forma en que actúa y se desenvuelve en sociedad. Ser mujer es algo que pocos elegirían siendo conscientes de los retos y riesgos que conlleva el simple hecho de ser mujer. Porque ser mujer, aún en el 2015, significa pertenecer al sexo vulnerable: el sexo que tiene menor acceso a la educación y más obstáculos en el desarrollo profesional, el sexo que sufre más los efectos de los desastres naturales y los conflictos armados, y sobre todo, el sexo que tiene más probabilidades de ser víctima de violencia física, sexual y/o psicológica (aunque también simbólica, patrimonial y económica).
Ser mujer, aún en el 2015, significa pertenecer al sexo vulnerable.
Es que entre tantos avances y mejoras a veces queremos ignorar la realidad que nos rodea en cuanto a las cuestiones de género. Todavía hay a quien le incomode y rechace el término feminismo, pues es algo que se considera radical, exagerado y anticuado porque “las mujeres ya son iguales”. No falta quien no entienda “de qué tanto se quejan si ya hasta pueden trabajar”. Entonces, ¿de qué se quejan hoy las mujeres? La historia nos demuestra que esto no ha cambiado mucho, las mujeres aún exigen el pleno goce de sus derechos fundamentales y siguen luchando por la libertad de SER lo que quieran ser. Están en busca de esa igualdad de actuar y ser sin sentirse inseguras al caminar por las calles de noche, incómodas o juzgadas por vestir una falda o un vestido corto, intimidadas y discriminadas en un entorno laboral donde dominan los hombres y existe la brecha salarial, o sin sentirse obligadas a cumplir con determinados roles género.
Ni el país más desarrollado, ni el más rico, ni el más seguro, ni el más feliz ha asegurado la igualdad de género.
Es por esto que el feminismo permanece vigente. Si bien la condición y posición de las mujeres ha mejorado en el mundo gracias a los movimientos feministas de los 70’s —que lograron instaurar una agenda feminista en la Comunidad Internacional lo que poco a poco permitió que las mujeres fueran ganando derechos y mayor acceso a oportunidades para su desarrollo—, todavía no podemos decir que hoy es lo mismo ser mujer que ser hombre. Sólo hay que buscar información sobre la condición y posición de las mujeres en cualquier parte del mundo para darnos cuenta que en ningún país es lo mismo vivir como hombre que vivir como mujer. Ni el país más desarrollado, ni el más rico, ni el más seguro, ni el más feliz ha asegurado la igualdad de género.
El feminismo siempre ha tenido como objetivo la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres. El feminismo va más allá del voto, de un puesto de trabajo o del acceso a un estudio; es la búsqueda de la plena libertad de las mujeres para definirse por ellas mismas en una sociedad que las encasilla en un rol, que las rodea de estereotipos, expectativas, pero sobre todo que las oprime y las violenta por el simple hecho de ser mujeres. Esta lucha del feminismo continúa y por esto es que el miércoles 25 de noviembre, se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una iniciativa de la ONU que tiene como objetivo concientizar a la población sobre la violencia (principalmente física, sexual y/o psicológica) que afecta a las mujeres y niñas de todo el mundo. La clase social, edad o nacionalidad las mujeres no importa (ONU Mujeres, 2015):
• 70% de las mujeres sufren algún tipo de violencia en su vida
• Una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual
• De los 4.5 millones de víctimas de la explotación sexual forzada el 98% son niñas y mujeres.
De los 4.5 millones de víctimas de la explotación sexual forzada el 98% son niñas y mujeres.
Las cifras son alarmantes e indignantes, la violencia de género que sufren las mujeres es consecuencia de las estructuras opresivas que sustentan el sistema patriarcal que existe en el mundo. Una mujer con vida que es víctima de la violencia de género no está del todo viva; es por esto que la lucha por la eliminación de la violencia contra la mujer es una lucha para asegurar los derechos humanos de la mitad de la población, es combatir la discriminación y eliminar los estereotipos que limitan la vida de las personas.
La búsqueda de un mundo libre de violencia para las mujeres demanda un cambio de mentalidad y actitudes en mujeres y hombres. La búsqueda de una vida libre de violencia conlleva contradicciones y cuesta tradiciones; esto equivale a romper prejuicios y estigmas sociales, a resistir acusaciones y burlas de quien no reconoce que mujeres y hombres son iguales. Es una lucha constante y un compromiso por crear sociedades igualitarias.
Creo en la lucha de la eliminación de la violencia contra las mujeres no como una labor heroica, sino como un cambio positivo en nuestra sociedad y un paso para lograr vivir en la paz. Creo en la lucha de la eliminación de la violencia contra las mujeres, no como una tarea de las feministas o de las mujeres, no como una lucha excluyente, sino como una responsabilidad compartida de hombres y mujeres que nos llevará a vivir en sociedades más justas y tolerantes.
La eliminación de la violencia contra las mujeres y niñas es una lucha que todos debemos asumir y combatir desde nuestra posición en la sociedad; sólo así estaremos más cerca de vivir en mundo donde el sexo no castigue y el género no defina.
Todos podemos ser activistas en la defensa de una vida libre de violencia para las mujeres. Desde los periodistas que relatan las atrocidades que viven las mujeres en Chihuahua o Veracruz; hasta las víctimas que denuncian y deciden poner un alto a su sufrimiento; desde el gobernante y el activista que promueve una agenda con perspectiva de género; desde los familiares y profesores que educan sin hacer distinción entre niñas y niños. La eliminación de la violencia contra las mujeres y niñas es una lucha que todos debemos asumir y combatir desde nuestra posición en la sociedad; sólo así estaremos más cerca de vivir en mundo donde el sexo no castigue y el género no defina.
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