La Taquería

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Desde la llegada de la Presidenta Claudia Sheinbaum al poder, el Presidente Nacional del PRI, Alejandro “Alito” Moreno, se ha dedicado a descalificarla, a mentir sobre ella e incluso a violentarla verbalmente.

Sus declaraciones, cargadas de estridencia pero sin sustento, buscan aferrarse a un protagonismo que se le escapa de las manos.

No es un fenómeno nuevo, pero sí se ha agravado. “Alito” ha hecho de la confrontación vacía y del insulto una estrategia política. Más que nunca, hoy sus palabras se escuchan huecas, fuera de tono, desconectadas del ánimo social.

Mientras el líder del PRI se desgasta en ataques mediáticos, los gobernadores de Durango y Coahuila, los últimos bastiones priistas, han tomado distancia de su dirigente nacional y se han acercado a la Presidenta. No son los únicos gobernadores de oposición que lo han hecho, pero destacan por diferenciarse de su dirigente nacional.

Ellos han optado por la sensatez: los gobernadores saben leer los tiempos, entienden que su responsabilidad va más allá de la grilla partidista y que el bienestar de su gente depende de mantener una relación institucional, de respeto y de coordinación con el Gobierno Federal.

Este hecho marca, primero, una fractura evidente al interior del PRI. El partido que alguna vez presumió de ser una maquinaria de disciplina y control político hoy está dividido, sin rumbo y con un liderazgo cuestionado. Segundo, revela que las cúpulas políticas -esas que aún creen que la oposición se construye con gritos, insultos y falsedades- están completamente alejadas de la realidad.

El dirigente priista está atrapado en su propia narrativa, que confunde la crítica con la descalificación, y la oposición con la mentira.

Por el contrario, los gobernadores, quienes día a día enfrentan la tarea de gobernar, entienden que la política es negociación, diálogo y resultados. Saben que la estabilidad, la inversión y el desarrollo de sus estados dependen de un trato serio con la Federación.

Y lo más importante: les ha ido bien.

Con la Presidenta Sheinbaum, tanto Durango como Coahuila han encontrado disposición y buena voluntad del Gobierno Federal. Para ellos, lo que está en juego la vida cotidiana de millones de ciudadanos que demandan seguridad, obras, empleo y bienestar.

La imagen, entonces, es clara: mientras Alejandro Moreno se aísla en sus propias diatribas, sus propios gobernadores lo dejan solo. Sus palabras ya no resuenan como un eco de autoridad, sino como el lamento de quien ve desaparecer los cimientos de su poder. La vieja política, basada en la simulación y en la retórica estridente, ya no conecta con la ciudadanía.

En la narrativa de “Alito” todo es confrontación, pero en la práctica política de los gobernadores priistas, premia la cooperación. Esa distancia se convertirá pronto en ruptura, porque ningún gobernador con sentido de responsabilidad estará dispuesto a sacrificar el desarrollo de su estado por seguir el juego personal de un dirigente que cada día pierde más legitimidad.

Así, mientras Claudia Sheinbaum construye gobernabilidad con base en acuerdos, cercanía y resultados tangibles, el líder del PRI se empeña en un discurso de odio que ya nadie toma en serio.

Lo más irónico es que los primeros en darse cuenta de ello no son sus adversarios políticos, sino los miembros de su propio partido.

La soledad de Alejandro Moreno es, en realidad, el símbolo de la decadencia del PRI. Un partido que alguna vez fue sinónimo de poder, hoy se encuentra reducido a la irrelevancia por culpa de un dirigente que prefirió el escándalo al trabajo político serio. Mientras tanto, los gobernadores priistas entienden que el futuro está en otra parte: en la construcción de puentes y no en la quema de ellos.