Nuevo Léon está atravesado su peor crisis de movilidad en la historia reciente.
En un estado que se define como el motor económico y de bienestar en el país, el sistema de transporte público sigue estando lejos de estar ideal. Incluso, lejos de mejorar, el sistema ha empeorado en los últimos años.
De ahí que no sorprenda que en las últimas tres décadas, Nuevo León ha visto crecer su parque vehicular a un ritmo alarmante, síntoma de un modelo de movilidad desequilibrado.
De acuerdo con medios locales, entre 1990 y 2025, la cantidad de unidades registradas pasó de 473 mil a más de 2.5 millones, ¡un incremento del 442 por ciento!
El incremento del parque vehicular no estuvo acompañado de una planeación y por ello,dio como resultado vialidades saturadas, contaminación creciente y un transporte público cada vez más olvidado por las autoridades estatales.
No siempre fue así.
En 1990, el 61 por ciento de los viajes diarios en el área metropolitana se realizaban en transporte público. Pero hoy, esa cifra ha caído al 29 por ciento.
Lo que antes era la columna vertebral de la movilidad urbana se ha convertido en un servicio secundario, mientras que el automóvil privado concentra ya el 49.3 por ciento de los traslados. Esto significa que, en poco más de tres décadas, pasamos de seis de cada diez personas usando camiones a sólo tres de cada diez.
¿Por qué la gente dejó de usar el transporte público?
Hay varias razones de fondo y de peso: falta de comodidad, lentitud, aglomeraciones, rutas mal conectadas y, sobre todo, un servicio que no responde a las necesidades reales de los usuarios.
Aquí hay que señalar un punto crucial: los aumentos desmedidos a las tarifas. En los últimos años, Nuevo León ha registrado incrementos históricos de más del 25 por ciento en el precio del transporte público, sin que ello se traduzca en mejoras sustantivas. Hoy, nuestro estado tiene uno de los sistemas de transporte más caros del país, pero no uno de los más eficientes.
El resultado, entonces, no sorprende: quien puede, compra un carro; quien no, se resigna a un servicio público lento, caro y poco confiable.
La Ley de Movilidad Sostenible y Accesibilidad para el Estado de Nuevo León establece una pirámide de movilidad que debe guiar nuestras decisiones públicas: primero están los peatones, después los ciclistas, seguidos por el transporte público, luego el transporte de carga y, al final, el transporte particular.
Poner al peatón en la cima significa diseñar ciudades seguras y caminables, con banquetas amplias y accesibles. Dar prioridad a la bicicleta implica infraestructura segura, conectada y bien iluminada, no sólo ciclovías aisladas. Fortalecer el transporte público supone invertir en unidades modernas, limpias, seguras y puntuales, con tarifas justas y una red que realmente conecte a la población con su trabajo, escuela o actividades cotidianas.
Lo que se ha hecho en Nuevo León es exactamente lo contrario: relegamos al peatón, marginamos al ciclista, descuidamos el transporte público y favorecimos el automóvil particular. La pirámide está invertida.
Revertir esta tendencia requiere un cambio integral en la planeación urbana y en la inversión pública. Necesitamos integrar los distintos modos de transporte en un sistema intermodal eficiente. Tenemos que dejar de ver al transporte público como un servicio para quienes no pueden comprarse un auto y entenderlo como una opción de movilidad digna para toda la población.
Sobre todo, y como en todo, se requiere voluntad política.
La movilidad es un derecho y un factor clave para la competitividad económica, el bienestar social y la calidad de vida. No se trata sólo de transportar personas. Diversos estudios demuestran que un mal sistema de transporte tiene repercusiones en la vida social y la salud de las y los ciudadanos.
Como Senador por Nuevo León y como ciudadano, creo que hoy uno de los mayores desafíos que tiene el Estado es la movilidad. A partir de lo que ya existe en ley, es necesario que se construya una estrategia seria, con metas claras y plazos definidos. Sin politiquerías.
No podemos esperar otros 30 años para darnos cuenta de que la movilidad que tenemos hoy no es sostenible.