La Taquería

Exceso de poder: El botón nuclear de los aranceles

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“In 1930, the Republican-controlled House of Representatives, in an effort to alleviate the effects of the… Anyone? Anyone? The Great Depression, passed the… Anyone? Anyone? The tariff bill. The Hawley-Smoot Tariff Act, which… Anyone? Raised or lowered? Raised tariffs in an effort to collect more revenue for the federal government.

“Did it work? Anyone. Anyone know the effects?”

Economics teacher continues: “It did not work, and the United States sank deeper into the Great Depression.”
(Ferris Bueller’s Day Off, 1986)

Ni en la más improbable de las coincidencias habría imaginado que una de las películas mencionadas –aunque no necesariamente nominadas (ya que no es del agrado de la comunidad de La Academia) en los Premios Oscar de este año– retrataría, en gran medida, el pensamiento de uno de los personajes más icónicos de la actualidad. No solo es una figura omnipresente en la cultura pop, sino también uno de los hombres más poderosos del mundo.

Si algo debe reconocerse del actual presidente de Estados Unidos es su habilidad para mantenerse relevante, trasladando su filosofía de vida al ámbito político y moldeando, a su manera, el actuar de una nación entera, como si fuera una extensión de su propia personalidad.

A escasas horas de que el hombre más poderoso del planeta se pronunciara ante el Congreso, reafirmando, entre otras medidas, la imposición de aranceles a México y Canadá, la mayor reflexión gira en torno a dos grandes cuestiones: el uso del poder económico como una herramienta de coerción más allá de la política y las consecuencias de implementar medidas radicales sin siquiera iniciar un diálogo sobre comercio internacional.

Lo que hoy hace el poder ejecutivo estadounidense es aplicar el poder económico como un instrumento de negociación, un principio fundamental de la Economía Política. Cuando un gobierno toma una decisión –especialmente una de esta magnitud– lo hace con una causa económica de fondo, utilizándola como herramienta dentro del juego político y las instituciones de una sociedad. Las decisiones políticas no solo tienen un origen económico, sino que afectan directamente las estructuras de poder, la distribución de recursos y la producción de bienes y servicios.

¿Qué pretenden los Estados Unidos?

Enfoquémonos en el caso de México. La premisa principal es la imposición de tarifas o aranceles a todos los productos provenientes de nuestro país, una medida absolutamente extrema que, tras haber sido anunciada hace más de un mes y postergada en varias ocasiones, finalmente entró en vigor el pasado 4 de marzo por algunas horas y tal parece que será pospuesta por un mes más.

El mismo 4 de marzo, ante la Cámara de Representantes, la retórica desde Washington dejó en claro una actitud de triunfo y desdén hacia sus países vecinos y sus autoridades. Aunque el plan de ejecución no es del todo claro, el discurso da por sentada la aplicación de estas medidas y, además, sostiene con soberbia que “México quiere hacerlos felices”.

Durante meses, las mesas de negociación en el frente económico han trabajado para evitar lo que han logrado desplazar hasta abril. El gobierno mexicano lo apostó todo, extraditando a más de veinte capos capturados en México, desplegando cientos de miles de elementos de la Guardia Nacional en las fronteras para frenar el tráfico tanto de personas como de fentanilo, entre muchos otros “gestos de buena voluntad”. Pero nada de eso parece ser suficiente para desaparecer los aranceles de la conversación bilateral.

Los aranceles como botón nuclear

“No podemos contenerlo cuando está enojado, y tiene la mano en el botón nuclear”, fue el mensaje que la administración de Nixon hizo llegar a Vietnam del Norte en el siglo pasado. La estrategia era clara: hacer creer al enemigo que el presidente estadounidense estaba completamente fuera de control y que sería capaz de hacer cualquier cosa si no se rendían.

Hoy, la Casa Blanca ha adoptado una versión económica de aquella táctica. Su botón nuclear son los aranceles. Un arma de destrucción no física, pero sí económica, con efectos devastadores tanto para México como para Estados Unidos o cualquier país al que se le impongan restricciones comerciales. Washington aprovecha su posición como el mayor consumidor del mundo para convertir su mercado en un instrumento de presión política.

Con esta estrategia, el objetivo va más allá del comercio. Se busca condicionar temas como la migración indocumentada o el tráfico de fentanilo, utilizando el poder económico como herramienta de control. Sin embargo, este tipo de movimientos conllevan riesgos: la incertidumbre y la tensión siempre son antinegocios, afectan el crecimiento económico y desalientan la inversión.

En este cálculo político, las consecuencias para la población quedan en un segundo plano. La mirada está puesta en los intereses de los grandes productores, quienes generalmente pertenecen a la cúspide de la pirámide socioeconómica. El impacto en los consumidores es irrelevante. La inflación provocada por los aranceles será, como tantas veces antes, un impuesto a la pobreza que para quienes toman estas decisiones resulta una molestia marginal.

¿Qué se ha implementado hasta ahora y qué sabemos?

El secretario de Comercio de los Estados Unidos, Howard Lutnick, adelantó esta semana que el gobierno estadounidense podría anunciar acuerdos con México y Canadá para suavizar los aranceles impuestos a ambos países. La propuesta original contemplaba una tarifa generalizada del 25% sobre todos los productos importados. Hasta ahora, la única concesión ha sido una pausa en los aranceles de productos incluidos en el T-MEC por lo menos durante un mes. 

Claudia Sheinbaum sostuvo este jueves una llamada con su homólogo estadounidense para alcanzar un acuerdo, el cual anunció en ese mismo momento. Sin embargo, incluyó en sus eventos de la semana un mitin este domingo al más puro estilo de campaña presidencial.

Todos perdemos

El período de gracia otorgado por la administración estadounidense para la implementación de los aranceles se ha extendido. Las declaraciones del líder norteamericano han intensificado la tensión en los mercados, debilitando significativamente el peso mexicano.

Desde hace dos años, México se ha consolidado como el principal socio comercial de Estados Unidos. Tan solo las importaciones provenientes de nuestro país superan los 500 mil millones de dólares anuales. Sin embargo, otro récord que ha sido utilizado como argumento para justificar estas medidas es el creciente déficit comercial de 171 mil millones de dólares que enfrenta la economía estadounidense.

Diferentes agencias estiman que la imposición de aranceles podría llevar a México al umbral de una recesión, con una contracción del PIB de entre 0.5% y 1%, frenando el crecimiento proyectado de 1.2% en 2024. El impacto, naturalmente, se agravaría si la medida se mantiene por un periodo prolongado, ya que cerca del 80% de nuestras exportaciones tienen como destino el vecino del norte.

La aplicación de un arancel del 25% sobre las importaciones mexicanas pone en riesgo un comercio bilateral valuado en más de 840 mil millones de dólares anuales. Los sectores más afectados serían el automotriz, el petrolero, las telecomunicaciones, los equipos de cómputo y las autopartes, todos ellos parte de una cadena de producción regional profundamente integrada.

Para México, las consecuencias son claras: pérdida de empleos, impacto en el sector de transporte y logística, así como una disminución significativa en la inversión. Pero el mayor golpe radica en la incertidumbre que genera esta política comercial. La planificación estratégica empresarial requiere estabilidad, y con este escenario volátil, resulta prácticamente imposible diseñar estrategias de largo plazo. La falta de certeza se traduce en menor rentabilidad, encarecimiento de productos y una preocupante pérdida de competitividad a nivel global. De hecho, diversas armadoras como Honda o Volvo han cancelado ya proyectos en México para sus productos y trasladar sus fábricas a Estados Unidos. A pesar de que las tarifas se han aplazado, la incertidumbre es tal que no pueden darse el lujo de invertir con los ojos cerrados en nuestro territorio.

Un disparo al pie

Retomando la idea expresada en los párrafos anteriores, parece ser que los Estados Unidos aún no terminan de comprender que también existe una implicación seria y perjudicial para ellos mismos. Hay una razón por la cual muchas empresas americanas decidieron establecerse en México: los costos más bajos de producción.

Estados como Arizona, Texas, Louisiana, Alabama, Utah, Nuevo México, Missouri, Kentucky y Michigan serán los más afectados por esta medida. Los aranceles, al aumentar los costos de exportación, obligan a las empresas a buscar alternativas para la producción, y la relocalización es una de esas opciones. Sin embargo, producir nuevamente en Estados Unidos generaría un aumento de los precios internos, lo que ya hemos visto reflejado en el precio de productos como el huevo y otros bienes agrícolas.

El precio de la arrogancia económica

Las consecuencias de la imposición de aranceles no son únicamente económicas, sino también políticas y sociales, y afectan a ambas naciones de manera profunda y equitativa. La utilización de tarifas como herramienta de negociación, sin la debida consideración de los efectos a largo plazo, socava la relación bilateral entre Estados Unidos y México, dos países que, pese a sus diferencias, comparten una economía interdependiente. Esta medida no solo amenaza el bienestar económico de millones de trabajadores en ambos lados de la frontera, sino que también siembra la semilla de una fractura en una relación que ha sido crucial para el crecimiento y desarrollo de América del Norte.

Lo que está en juego es mucho más que una simple diferencia comercial: es un juego de poder en el que se intenta someter a un vecino por medio de la economía, sin un verdadero interés en encontrar soluciones duraderas. Al apalancarse en su posición dominante como principal consumidor mundial, el presidente de los Estados Unidos parece olvidar que las decisiones basadas en el ego y la venganza rara vez conducen a la prosperidad para todos. En lugar de generar una política económica coherente y colaborativa, lo que estamos viendo es una estrategia de “toma o deja” que se apoya en la amenaza constante, sin ofrecer una verdadera propuesta que beneficie a todos los involucrados.

Al negociar de esta manera, se ignoran las consecuencias para la población estadounidense. La economía de Estados Unidos también sufrirá las repercusiones de sus propias decisiones, ya que los consumidores americanos serán los primeros en experimentar los efectos de los precios más altos y la pérdida de acceso a productos de calidad provenientes de México. Es una estrategia que, al final, solo sirve para alimentar una narrativa de poder y superioridad que es completamente insostenible a largo plazo.

Por tanto, las decisiones unilaterales en materia de comercio no solo dañan la relación bilateral, sino que también demuestran un entendimiento erróneo de la economía globalizada y de la cooperación internacional. La verdadera fortaleza económica no se basa en el aislamiento ni en el abuso del poder, sino en la construcción de alianzas estratégicas que promuevan el bienestar de todas las partes. Si no se reconsidera este enfoque y se da espacio al diálogo y al entendimiento mutuo, los costos de esta política serán insostenibles para ambos países.

 

Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusicamente al autor y no a sus enlaces profesionales