La tasa de mortalidad del COVID-19 (8.3%) en México ha de ser la más alta del mundo, resultado de las incongruencias entre los números reportados, a su vez consecuencia de la resistencia oficial a generalizar las pruebas de detección que solicitan los estados del país.
El presidente sigue pretendiendo asumir la primera línea de defensa, basándose en los datos y recomendaciones de su sub secretario de Salud, López Gatell. La ventaja es que si los números salen de control, lo que parece difícil por la vigilancia estricta en su publicación, tendrá siempre la posibilidad de echarle la culpa a su asesor y de transformarlo en chivo expiatorio si faltan camas o si el número de defunciones se dispara más allá de lo proyectado.
AMLO presenta cómo una victoria personal el suministro de 13,000 ventiladores traídos de China y Estados Unidos. Lástima que últimamente, parece que la vía de solución pasa más por anticoagulantes y antiinflamatorios que por unos ventiladores que desgraciadamente están destinados a otros tipos de problemas del que causa el coronavirus. Ya que la infra estructura del Sistema de Salud, al igual que la infraestructura del Sistema de Investigación e Innovación fueron debidamente desmantelada por la cuarta transformación, México recibe las novedades sobre el estado del arte para combatir la pandemia, en lugar de generarlas cómo corresponde a un país líder. Y las recibe tarde o cuando alguien se digna en soltarlas.
Cuando un solo hombre maneja el país, sus errores de apreciación y luego sus errores de reacción y finalmente sus errores de liderazgo tienen repercusiones de consecuencias incalculables. El liderazgo no significa decidirlo todo, significa permitir que la solución de un problema de Salud no sea sometida a criterios políticos; el liderazgo significa entender los beneficios de un Sistema de Salud profesional y no politizado y entender la necesidad de mantener al país en situación de crear soluciones, no solamente de esperar las soluciones de los demás.