650 palabras. Eso es lo que hoy la mayor parte de medios de comunicación (impresos y electrónicos) piden a quienes contribuyen a sus publicaciones. En esta entrega del “Talón de Aquiles”, la no. 25, me propongo disertar sobre este tema. Tres aspectos son centrales a considerar aquí: 1) tener una opinión de todo es no tener una opinión de nada; 2) la tentación del puñetazo; 3) el secreto de una contribución significativa.
Al aceptar la invitación para colaborar con Altavoz MX, propuse una frecuencia mensual para mis columnas. Recordaba el comentario de un columnista canadiense, según el cual uno de sus mayores problemas era tener siempre que tener una opinión sobre lo que fuera: los chayotes transgénicos, la destilación del vodka, los calcetines de Trudeau, el carácter “independiente” del (des)gobierno del Bronco, el rol de Arias en la campaña de Álvarez Desanti, los ensayos de misiles intercontinentales de Corea del Norte, y la muerte de las barberías hípster. Lo que es popular hoy no lo será mañana, pero hoy como ayer, el cronista debe tener una opinión. Simplemente, me pareció poco serio pretender tener la posibilidad real para formarme una buena opinión de temas concretos en un lapso de tiempo menor al mes. Siempre he desconfiado de los que tienen una opinión de todo pues, así como existen buenas opiniones, también existen las malas, ante las cuales es preferible no tener ninguna.
Pero hoy lo que importa es lo contrario. Algunos optimistas pensamos que, con la llegada de Internet, caerían los límites de espacio de las publicaciones impresas, por lo que se podría contribuir con textos un poco más extensos a la construcción de una sociedad más analítica. Algunos, además, supusimos que varios de los nuevos medios de comunicación crearían una cultura diferente, en vez de tratar de competir con más de lo mismo. Una educación deficiente (castigo a la innovación; estímulo a la mediocridad), la expansión de redes sociales (que nos acostumbran a no leer frases de más de 150 caracteres), y otros, explican por qué la crítica escasea. Divulguemos opiniones, pero para generar “Likes“, hagámoslo con “puñetazo” (la versión en español de “punch“, es “puñetazo”). Exageremos títulos (lo que la gente lee); deformemos realidades (si eso atrae el interés), y convirtámoslas en hechos alternativos. Y encapsulemos todo eso en 650 palabras, porque la capacidad retentiva del lector, y su paciencia, es limitada.
Tiempo atrás, Umberto Eco declaró: “Las redes sociales le dan el derecho a hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”. Una de las más perniciosas ideas de los Millennials, es creer que tienen el derecho a opinar simplemente porque existen. No todos los opinólogos son irresponsables, pero muchos ignoran u olvidan que el debate es fértil cuando la ciudadanía está bien preparada para intervenir, cuando existe una representación del bien colectivo, y cuando se recuerda que cada derecho – y esto incluye al de expresión – acarrea una responsabilidad. Opinar no es un fin en sí mismo, debe servir a algo más.
No necesitamos opinólogos, sino analistas que superen las catarsis desarticuladas y la creatividad fragmentada, para edificar perspectivas integrales que mejoren la discusión y la participación. Necesitamos medios que sepan usar y encausar el poder de las redes sociales para educar. Es justamente porque hilvanar análisis en 650 palabras es retador, que se requieren filtros que permitan hacer valer la razón sobre la provocación. El Talón de Aquiles cambia de una columna de análisis a una de opinión. Pero, como siempre contra la corriente, y consciente que es privilegio y responsabilidad el ser leído, trataré de seguir ofreciendo un análisis inteligente, diferente, creativo, y crítico, que en algo ayude a mejorar el entendimiento de las realidades que nos rodean.