Muchos no nos habremos dado cuenta, pero los partidos políticos están por sufrir una transformación sin precedentes en México. Esa arcaica forma de operar, herencia del priísmo sobre el que se fundó el México posrevolucionario, y que define aún hoy a la cultura “política” en nuestro país, está siendo amenazada por una sociedad cada vez más informada, mejor preparada, ávida de que las cosas se hagan bien y más cercana a territorios que antes eran exclusivamente de “los políticos”.
Los partidos políticos están por sufrir una transformación sin precedentes en México.
Y vaya que la están sufriendo, pues adaptarse a esta realidad les pega justo en el genoma. Aquella jerarquía rígida y vertical, cuyo único modo de ser escalada en cualquiera de sus niveles es siguiendo a un dirigente a toda costa, implique sacrificio, humillación, traición o hacer a un lado ideales, tiene consecuencias que se tornan hoy incosteables para los partidos.
Esos ciegos y fieles seguidores del coto de poder suelen convertirse en nada más que eso: unos expertos lame suelas, ineptos para cualquier cosa que no sea ver por los intereses de su minipatriarca, valiéndose de sus minúsculas —pero en desarrollo— habilidades clientelares. Cuando llega el reacomodo del cambio de administración, y con él la recompensa del puesto, el resultado son “funcionarios” inexpertos, desinteresados y sin la más mínima sensibilidad sobre la realidad mexicana o deseo de mejorarla. El fin único es seguir escalando en el juego del clientelismo mientras simulan una función pública.
Gobernar no es más un juego.
Hoy la sociedad civil está pidiendo de ellos más de lo que están acostumbrados a dar, y seguir el diálogo implica aumentar sus capacidades. Enfrentar a un creciente número de asociaciones civiles formadas por gente altamente preparada, la apertura de la información dentro de las administraciones, como un fácil acceso a los estatutos que rigen la acción gubernamental y ser evaluados por plataformas como Alcalde, ¿cómo vamos?, les envía un claro mensaje: gobernar no es más un juego.
Además, la llegada de las candidaturas independientes asegura que en las siguientes elecciones la competencia será dura. Aquellos clásicos políticos —aunque sean jóvenes— hijos del contubernio, no tendrán cabida frente a ciudadanos sustentados por equipos operando sobre estructuras horizontales de toma de decisiones —propias de los tiempos actuales—, y con un genuino interés por servir a su nación.
Estos factores obligan a los partidos a reclutar a jóvenes mejor preparados y más comprometidos. Lo que los pone en jaque es si dejarán el clientelismo y la verticalidad; los jóvenes de hoy ya no vamos con aquella arcáica estructura. A lo más que pueden aspirar es a jóvenes sin escrúpulos, movidos por el interés propio y que entran a la política a jugar a las influencias. La ética de los partidos políticos atrae cada vez menos a jóvenes con altas aspiraciones profesionales, ávidos de ver a su país desarrollarse de manera más equitativa, y de llevar el papel del gobernante a un nuevo nivel dentro de la sociedad.
So, dance or die?
@e_miliano_
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