Es tan cotidiano ser víctima o victimario de la discriminación en México que se ha arraigado en la esencia más profunda de nuestra cultura. Somos constantes “defensores” de los derechos humanos, pero de los que mejor nos parecen o se acomoden a nuestra situación.
Defendemos a las mujeres, pero en casa sólo ellas pueden hacer el aseo. Buscamos la igualdad, pero existe un tabú enorme cuando una mujer percibe un sueldo mayor al de su esposo.
Defendemos a las mujeres, pero en casa sólo ellas pueden hacer el aseo. Buscamos la igualdad pero existe un tabú enorme cuando una mujer percibe un sueldo mayor al de su esposo. Las mujeres son fuertes y capaces pero alcanzan un porcentaje menor de oportunidades ante los hombres, hombres que no pueden ser sensibles porque irremediablemente se relaciona con “debilidad” o “mariconería”.
La religión es pureza y unión hasta que comienza el debate entre “fieles” católicos que critican en nombre de Dios la decisión de otro grupo llamado “agnóstico” de no creer en algo que no pueden ver. Creemos en Dios mientras no se interponga en un pecado carnal de fin de semana, y si se interpone lo olvido un momento y al día siguiente acudo a misa. Una misa donde la iglesia se ha convertido en una de las empresas más rentables del mundo mientras la mayoría de sus creyentes viven a veces no tienen para comer.
Nos quejamos del policía corrupto hasta que nos detienen a nosotros y lo solucionamos con un “moche” rápido. El gobierno es la corrupción andando hasta que para sacar la licencia de conducir preferimos “agilizar” el trámite con un dinerito extra que nos permite el sistema. Nos pasamos cualquier cantidad de semáforos en rojo hasta que cruzamos la frontera y recordamos que en algún lugar del mundo la cultura positiva existe.
La cultura de la discriminación y la corrupción está tan profunda en nuestra sociedad que resulta complicado hacerle frente. Vivir con ella ha significado enormes pérdidas económicas y un estancamiento constante en el tercer mundo.
La cultura de la discriminación y la corrupción está tan profunda en nuestra sociedad que resulta complicado hacerle frente. Vivir con ella ha significado enormes pérdidas económicas y un estancamiento constante en el tercer mundo. ¿México está destinado a convivir con esta cultura?
Me gusta creer en que el rumbo puede cambiar de destino. Me agrada la gente que respeta aún sin recibir lo mismo. Me fascina las personas que sueñan con la transformación de esta cultura pero que sueñan haciendo. Me gusta creer y hacer, aunque me consideren iluso; que México, tarde o temprano, dará el salto que tanto necesitamos. ¿Te gusta creerlo?
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