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El impacto de la actividad humana en la atmósfera equivale a la explosión de tres bombas nucleares por segundo. Hoy, la temperatura promedio del planeta ha aumentado de 0,85ºC con respecto a la de 1880. Las temperaturas extremas, que antes afectaban al 1% del territorio continental planetario, afectan hoy a 10% del mismo.

Si no se actuaba con firmeza y convicción, la temperatura del planeta podría aumentar cerca de 4,7ºC hacia finales del siglo XXI, lo cual generaría calamidades catastróficas.

Luego de dos semanas, 195 Estados y la Unión Europea, ante la presencia de científicos, organizaciones no gubernamentales, empresas privadas, colectividades territoriales, sindicatos, medios de comunicación, y otros, adoptaron una declaración sobre el cambio climático. Si no se actuaba con firmeza y convicción, la temperatura del planeta podría aumentar cerca de 4,7ºC hacia finales del siglo XXI, lo cual generaría calamidades catastróficas. ¿De qué trató la Conferencia de Paris y por qué su declaración es histórica?

Actores como la Unión Europea cumplieron, pero grandes contaminadores, como los Estados Unidos, nunca ratificaron el acuerdo; y otros, como Canadá y Rusia, se retiraron.

¿Qué es? La COP, o “Conferencia de Partes” (Conference of Parties), es el órgano principal de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático adoptada por la Cumbre de la Tierra de Río (Brasil) en mayo de 1992, ratificado por 195 Estados, y en entrado en vigencia en marzo de 1994. La COP, que reconoce que el calentamiento planetario es causado por los seres humanos, se reúne anualmente para avanzar en la consolidación de regímenes internacionales de cooperación en materia de lucha a los cambios climáticos. La COP-3 (1997), por ejemplo, adoptó el Protocolo de Kioto, un acuerdo limitante para 55 países industrializados, en aquel momento productores de 55% de las emisiones globales del CO2 de 1990. El acuerdo, en vigencia a partir de 2005, buscaba disminuir en 5% la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), como el dióxido de carbono, metano, protóxido de azoto, y algunos substitutos de clorofluorocarbonos, entre 2008 y 2012 vis-à-vis el nivel de 1990. Actores como la Unión Europea cumplieron, pero grandes contaminadores, como los Estados Unidos, nunca ratificaron el acuerdo; y otros, como Canadá y Rusia, se retiraron.

El reto de la COP-21 era evitar un fracaso como el de la COP-15 (Copenhague 2009), cuando los compromisos brillaron por su imprecisión.

Objetivos. El Protocolo de Kioto expira en 2020, y era necesario producir un primer acuerdo universal que permitiese limitar el alza de la temperatura del planeta a 2oC con respecto a la era preindustrial. De hecho, el reto de la COP-21 era evitar un fracaso como el de la COP-15 (Copenhague 2009), cuando los compromisos brillaron por su imprecisión. ¿Por qué se habla de 2ºC? Porque sobrepasar ese límite es riesgoso: la seguridad alimentaria del planeta podría peligrar, los eventos climatológicos extremos se multiplicarían, el aumento del nivel del mar (en el peor de los casos de un metro adicional a los 20 centímetros que ya ha crecido desde el siglo XIX) amenazaría los litorales, y la lluvia en el norte así como las sequías en lugares áridos, aumentarían. Los 400 millones de personas que viven a menos de un metro del nivel del mar, incluyendo a los residentes de Ámsterdam, Bangkok, Bombay, Calcuta, Miami, Nueva Orleans, Nueva York, y Tokio, estarían en riesgo. Además, a final del siglo podríamos perder 30% de la biodiversidad actual. Y el nivel de acidez de los océanos seguiría incrementándose. No se sabe todavía como los ecosistemas marinos se adaptarían a esta acidificación repentina.

Obstáculos. Alcanzar un acuerdo en materia de cambio climático era difícil a menos por dos razones. Por un lado, persistía la tensión norte-sur con respecto a las responsabilidades que debían asumirse en la lucha: los países pobres consideraban que los ricos debían pagar más mientras que estos últimos creían que esa división no se aplica más a la situación actual en cuanto a los mayores contaminadores se refiere. Por otro lado, no estaba claro cómo medir el progreso y el cumplimiento de compromisos. Lo que sí se sabía era que para lograr la meta de los 2ºC, se debe ser “carbono neutral” a más tardar a final de siglo.

Trascendencia histórica. Y sin embargo, lo imposible parece que se convirtió en posible. Primero, el hecho que 196 partes acuerden adoptar medidas para abandonar progresivamente las energías fósiles, es digno de mención. Dictaduras y democracias, Estados en guerra y en paz, gobiernos religiosos y laicos, países ricos y pobres, todos criticaron en sintonía a la industria petrolera. No sólo es ésta una diferencia esencial con el Protocolo de Kioto, que puso en los países ricos el peso en la reducción de sus emisiones de GEI, sino que este alineamiento es básico para erigir, como lo resaltó John Kerry, Secretario de Estado estadounidense, una economía de energías limpias. Segundo, el artículo 2 del acuerdo, según el cual el esfuerzo debe dirigirse a limitar el aumento de la temperatura a 1,5oC, es un cambio sustancial. Este objetivo es inalcanzable, pues para lograrlo, la humanidad solo tendría diez años más para continuar produciendo GEI a los ritmos actuales. De hecho, para mantener el objetivo de los 2ºC, es necesario reducir de 40% la emisiones hacia el año 2050. Un frenazo económico para respetar esta meta de 1,5oC es irrealista. Pero es precisamente por ello, por el mensaje simbólico que envía, por la aspiración que representa, porque para lograrlo los países deben someterse a revisiones quinquenales (lo que hace difícil retroceder), y porque cualquier atraso debe ser compensado con objetivos más ambiciosos para el siguiente quinquenio, que esa meta es significativa.

Conclusión. El acuerdo por supuesto tiene numerosos defectos. Por ejemplo, las metas a largo plazo son ambiguas, no existen castigos ni presiones contra los países que no actúen, y los países ricos siguen imprecisos cuando de definir su apoyo financiero para la transición climática se refiere. Debo también indicar que los análisis apenas empiezan; se requiere de mayor profundidad para evaluar mejor las limitantes y potencialidades del acuerdo. Pero no pequemos de pesimistas. Aunque entre el dicho y el hecho hay mucho trecho, es permitido pensar que este acuerdo, el cual se firmará el 22 de abril de 2016 en lo que está llamado a ser una pomposa ceremonia internacional, marca una ruptura con el pasado y abre las puertas para el cambio que nos permita aumentar nuestras probabilidades de supervivencia como especie. Es nuestra última oportunidad, y por ello debemos ser optimistas.

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