El movimiento slow después de nuestros “traumas” post ‘enemil’ revoluciones industriales y tecnológicas, llegó para quedarse. El frenesí de la inmediatez ha llegado a una crisis álgida que ha impactado tan negativamente nuestra calidad de vida que no sólo tenemos que replanteárnoslo en la comida, por ejemplo, sino incluso en la forma en cómo nos movemos en la Ciudad.
Porque, ¿quién no quiere llegar más rápido a su destino? Todos, al frente o no de un volante. Tanto así que a veces las personas son capaces de elevar su nivel de imprudencia saltándose los semáforos en rojo, ‘echando’ el auto a los transeúntes, incluso, ganando el espacio vial a fuerza de claxonazos y otras maniobras que ponen en riesgo la vida del resto de los automovilistas.
Por eso entiendo perfectamente que cuando la propuesta urbana de hacer una ciudad caminable, se perciba como un ideal no sólo inalcanzable sino hasta “estúpido”. Porque la primera pregunta en el imaginario de las personas es cómo van a transitar rápido cuando caminar implica, en apariencia, reducir la velocidad. Y ese decremento para muchos podría ser la parálisis de una ciudad.
¿Por qué? Porque en ese sistema económico en el que estamos sosteniéndonos como sociedad, diseñamos Ciudad para la inmediatez. La entramada urbana para ser transitada, no para ser vivida.
Aunque la miopía de los técnicos, políticos y algunos supuestos expertos de la sociedad civil hayan puesto de moda como tema principal la “movilidad”, en el fondo esto tiene que ver con cercanía. Es decir, con revertir dos defectos del modelo de Ciudad pensado para sostener la velocidad y no en función de los movimientos de las personas que no necesariamente deben de ser rápidos.
Por eso hoy existe un concepto de slow cities pensando en que el futuro de la Ciudad debe ser en función de dónde hacemos la vida para que todo nos quede cerca y no en llegar rápido a distancias enormes en donde no hay multimodalidad o transporte que alcance para satisfacer tal necesidad. Más allá de eso: revaloriza la producción local, la convivencia y la sustentabilidad de las comunidades.
Aunque esto aplica a ciudades pequeñas de menos de 50 mil habitantes, si hacemos una planeación urbana distrital podríamos adaptar este concepto por cercanía a las necesidades locales por distrito como una forma de al menos entender que no podemos seguir sosteniendo un modelo de ciudad en donde las vialidades sean la única forma de asegurar la distancia y la velocidad.
¿Cuáles son las características de una slow city? De acuerdo al sitio de Internet Tuara Tech:
– Se lleva a cabo una política medioambiental y de infraestructuras que trata de mantener y desarrollar las características del territorio y del tejido urbano.
– Se promueve el uso de los avances tecnológicos orientados a mejorar la calidad del medio ambiente y los núcleos urbanos.
– Se incentiva la producción y el uso de productos de alimentación obtenidos con técnicas naturales y compatibles con el medio ambiente.
– Se protegen las producciones autóctonas vinculadas al territorio, promocionando la relación entre los consumidores y los productores de calidad.
– Se promueve la calidad de la hospitalidad y de la convivencia entre habitantes.
Gandhi decía que “en la vida hay algo más importante que incrementar la velocidad”. Tendremos que romper con el hábito de hacer ciudades para transitar a prisa. Partiendo de ahí, entonces, podríamos comprender cómo en ciudades compactas y densificadas sí se puede llegar caminando a casi cualquier parte.