A la flor de la canela, menudo pie la llevaba por la vereda que se estremecía al ritmo de su cadera. Así inmortalizó la compositora peruana Chabuca Granda en su canción “La flor de la canela” a una mujer que veía caminar felizmente y con elegancia por las calles de Lima a mediados del siglo pasado.
Una mujer caminando, un río, una banqueta, que en Perú le llaman vereda, y un espacio público. Hasta la fecha, la ecuación se repite en muchas ciudades de América Latina y Monterrey no es la excepción.
¿Qué pasa si a la ecuación le quitamos una o algunas de sus variables?
En días reciente, sobre la Avenida Constitución, se inició la demolición de los puentes Cuauhtémoc y Pino Suárez en su cruce con el río Santa Catarina. Este trabajo ha generado molestias y cambios de ruta entre automovilistas. Para los que se mueven en auto se eliminó una de las variables de la ecuación, para otros, la ecuación estaba incompleta desde hace años.
A diario, cientos de personas, que desde el auto son invisibles, cruzaban a pie, principalmente por el Puente Pino Suárez, de la Colonia Independencia al centro de la ciudad con destino a trabajos, paradas de transporte público, compras y diversas actividades que se pueden satisfacer en el centro de Monterrey, incluyendo ir a pasear a la Alameda.
El recorrido, desde antes de la demolición de los puentes, no era romántico como en una canción.
Para llegar a la Alameda, una persona caminando, tenía que esquivar autos y camiones por el arroyo vehicular del puente ya que en tramos se esfumaban las banquetas. Después, si optaba por utilizar un terrible y olvidado puente peatonal, tenía que incrementar más de trescientos metros el recorrido, subir y bajar escaleras y pasar por zonas oscuras, sucias, llenas de matorrales y tramos inaccesibles para algunas personas. Y al final, le esperaba un crucero continuo de autos a toda velocidad sin ninguna consideración por peatones. De las banquetas y cruces peatonales para llegar a la Alameda ni siquiera hablaré.
Uno de los efectos de la pandemia por COVID19 en muchas ciudades del mundo, incluyendo ciudades del país, ha sido modificar la movilidad y dar mayor importancia al espacio peatonal, al transporte no motorizado y reducir el uso del auto privado. Algunas ya lo estaban haciendo y la pandemia sólo aceleró el proceso.
Ampliar banquetas para mejorar la sana distancia, implementar ciclovías temporales y permanentes que ayuden a reducir la saturación en el transporte, reducir la velocidad en las calles y propiciar el comercio y el trabajo de cercanía han sido algunas de las medidas tomadas en diversas ciudades como preparación para una nueva normalidad.
Los puentes de Pino Suarez y Cuauhtémoc se construirán de nuevo, la pregunta es si serán de nuevo con una marcada preferencia a mover autos o se aprovechará el momento para reconstruir con justicia social y se dará preferencia a peatones y ciclistas para unir con dignidad dos zonas de la ciudad que tan solo las divide un río.
En rediseñar los puentes para conectar de manera segura, a pie o en bicicleta, la colonia Independencia con el centro de la ciudad puede estar la bienvenida a una nueva visión de movilidad o regresar a la miopía urbana que solo sabe mover autos y olvida que las ciudades se pueden conectar de manera sostenible.
Si los nuevos puentes no se pueden cruzar de manera segura caminando, no habrá nueva normalidad, será la misma que ya conocemos y se habrá perdido la oportunidad de probar que una ciudad caminable es posible.
En el aprovechamiento correcto del espacio público está la posibilidad de tener un feliz recorrido del puente a la Alameda en cualquier medio de transporte o que siga siendo un privilegio para los que van en auto, imposible si se quiere hacer en bicicleta o un suplicio para quienes lo hacen a pie.