A todas, desde lo más hondo de mi alma.
Tres lágrimas se condensan en una mejilla:
son los ríos que no lloraste por un corazón roto
te lo arrancaron, te lo violaron, te lo estrujaron
lo hicieron de paja
y por ello, mi cuerpo se vuelve tuyo; te lo entrego
flor de lavanda, sepulta mi ego
rayo de sol, píntame el camino
porque yo te maté: fue mi estúpido sexo,
que flácido, mira el piso y se avergüenza
prueba la vida acaso un instante,
y sabe que no se levantará jamás
en cambio, tú serás eterna,
piedra piramidal, guerrera de Tula, luna infinita,
levántate por siempre
reirás entonces con todas las que nos faltan:
son las hijas de Aztlán que supieron virar el rumbo
la profecía era el Anáhuac, no este México
-que será ombligo, pero no de luna-
el valle son tus sienes que se extiende luminoso
hasta el profundo mar de tu sonrisa:
su oleaje ruge en cada uno de estos versos
si somos polvo, tu eres la ceniza del tiempo:
abona mi alma, abrasa mi carne
sé que vivirás, mas si acaso, entre tanta alegría,
no escucharas esta súplica, la elevo ahora para las demás
-y que me escuche quien deba-
Cartago, Roma y Grecia te conocerán
disfruta allá tus libros, golpea sus páginas, toma sus letras
México no te supo encontrar; perdóname, jaspe azteca
el pecado fue el cuerpo, pero no el tuyo,
es el mío que se desmorona por la carne que rehúsa,
el faro se derrumba sin tu luz
y nosotros nos ahogamos en un océano de humo
pero tú, con esa geometría de tus ojos
que fulmina el cristal de todo lago
y sepulta el verdor de la montaña,
habrás de erguirte como el volcán
¡¿qué esperas?!
eres la letra, la pintura, y los sones;
abraza el viento que barre tus labios
estíralos de un lado a otro, y cántale a quienes sí te merecen
los dioses y sus arcángeles
yo, temeroso, nos deseo cada círculo dantesco,
que nos lleve Caronte; la furia de Minos sobre mí
varón maldito, varón estúpido
que nos llueva el fuego que tanto merecemos.