El pasado 5 de octubre el gobernador del estado de California, Jerry Brown, firmó la propuesta legislativa ABX215, la cual pedía autorizar a los pacientes terminales recibir asistencia médica para interrumpir su vida. Esta iniciativa había sido previamente aprobada por el Senado de California el día 12 de septiembre de este año (con 23 votos a favor y 14 votos en contra), al ser firmada por el gobernador esta propuesta pasa a convertirse en ley.
Con esta ley el estado de California se convierte en el 5° estado de la Unión Americana en permitir los suicidios asistidos, sumándose a los estados de Oregon, Washington, Montana y Vermont. Esta polémica ley fue impulsada por grupos de activistas en favor de las muertes asistidas después del caso de Brittany Maynard (noviembre de 2014), una joven enfermera de 29 años de edad, la cual sufría de un cáncer terminal, y tuvo que mudarse al estado de Oregon para poder recibir asistencia médica para poder terminar con su vida. En el estado de Oregon, la ley “Muerte con Dignidad” ayuda a morir a 70 personas al año desde su aprobación en el año 1997.
No solamente en los Estados Unidos se han aprobado leyes que permiten la asistencia médica a quienes desean interrumpir voluntariamente su vida, recientemente (febrero de 2015) Canadá aprobó una ley que entrará en vigencia a partir del año entrante, que permitirá recibir asistencia médica para morir a los pacientes con extrema gravedad y cuyos padecimientos sean incurables. Los suicidios asistidos también son legales en algunos países de la Unión Europea como Bélgica, Holanda, Suiza y Luxemburgo. Mientras que en otros como el caso de Noruega, Dinamarca, Alemania, Austria y España, las conductas de mera cooperación no necesaria o complicidad son toleradas. En los países latinoamericanos Colombia, Argentina y Uruguay lo permiten bajo ciertas condiciones.
Antes de continuar cabe aclarar que el suicidio asistido es un acto diferente a la eutanasia, y también a la inducción al suicidio. En el caso del suicidio asistido la actuación del personal médico se limita a proporcionar los medios para que el paciente termine con su vida por sí mismo. La eutanasia, en cambio, es un acto que requiere que otra persona sea el agente activo para lograr que el paciente termine con su vida. La diferencia entre eutanasia y suicidio asistido es la persona que lleva a cabo el acto de terminar con la vida. Es muy diferente hablar de inducción al suicidio, el cual es un acto que consiste en quebrantar la voluntad de una persona que no deseaba suicidarse para conseguir que cometa suicidio.
El suicidio asistido es un acto diferente a la eutanasia, y también a la inducción al suicidio.
Sin lugar a dudas este es un tema complejo, y que puede y debe ser analizado desde sus muchos aspectos. Se puede abordar este tema desde el punto de vista teológico, desde el punto de vista filosófico, desde el punto de vista legal, desde un punto de vista bioético, desde el punto de vista económico y, por supuesto, desde el punto de vista personal de cada uno de los individuos.
La profesión médica tiene una larga tradición humanista y tiene un estricto código de ética, al graduarnos los médicos hacemos un juramento ante otros médicos que sirven de sinodales en representación de la sociedad. En este acto juramos solemnemente luchar para preservar la salud y la vida de los pacientes que nos la confiaran. El participar en un acto de eutanasia o en un suicidio asistido contraviene todos los principios en los que fuimos formados. Si bien es cierto que en la relación médico paciente llegamos a desarrollar una fuerte empatía con nuestros pacientes, y más en el caso de estos pacientes que sufren enfermedades terminales e incurables, esto no debe distraernos de nuestro deber con los pacientes y de nuestro juramento hacia la vida.
Debemos considerar que el instinto de conservación de la vida es una condición inherente a los seres humanos. Bajo ciertos estados mentales y/o emocionales, como la depresión mayor, el ser humano puede llegar a perder ese instinto natural de conservación. Sin duda el dolor intenso sumado a un diagnóstico con mal pronóstico puede quebrantar el deseo de vivir de cualquier ser humano. Esto es triste y lamentable, como médicos debemos intentar darle la mejor calidad de vida posible. Pero nunca debemos participar ni directa, ni indirectamente, en la interrupción de una vida, sería contravenir nuestra esencia humana y nuestro sagrado juramento. Más aún si consideramos que la persona que ha perdido su instinto de conservación, por definición, no se encuentra en pleno uso de sus facultades mentales.
Nunca debemos participar ni directa, ni indirectamente, en la interrupción de una vida, sería contravenir nuestra esencia humana.
Como sociedad debemos preocuparnos por garantizar el derecho a la vida, tenemos que evitar caer en la tentación de legalizar actos como el suicidio asistido que, aparentemente son un acto de “misericordia” para un ser humano que sufre, pero que significan un atentado al derecho a la vida. Las sociedades que le niegan el valor a la vida están cometiendo un suicidio involuntario.
En nuestro estado no existen centros especializados en el cuidado de los enfermos terminales.
Es cierto además que el cuidado de estos pacientes conlleva un enorme costo económico para la familia, pero esto debe ser solucionado por la misma sociedad. En nuestro estado no existen centros especializados en el cuidado de los enfermos terminales. Es muy necesario implementarlos lo antes posible para aliviar la carga económica y emocional de los pacientes y sus familias, antes de que el desgaste económico, familiar y social, nos guíe por la falsa vía de legalizar el suicidio.
______________________________
– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”