El conflicto de la disparidad de género se ve presente sin importar las condiciones por las que pasen México o el mundo. La violencia doméstica sucede en momentos de crisis o en momentos rutinarios; la discriminación a la mujer en el acceso a las oportunidades sucede también sin respetar circunstancia.
Es así que, a pesar de los momentos difíciles actuales, la discriminación y la violencia contra la mujer continúan. La violencia doméstica se ha agudizado según lo comentó a principios de abril Phumzile Mlambo-Ngcuka, la directora ejecutiva de UN Women. Ella hace referencia a que las líneas de ayuda en Singapur y en Chipre registraron un aumento del 30 por ciento en las llamadas de emergencia, desde el inicio del confinamiento. Este fenómeno respalda uno de los fundamentos de la lucha feminista que sostiene que los autores de crímenes de odio contra las mujeres son en la mayoría de los casos, seres cercanos a la víctima; lo que hace de este tipo de violencia, un problema explícitamente de género.
¿Pero de dónde viene todo esto?
La desigualdad y el riesgo de sufrir de violencia de género tienen su origen en los roles fijos que determinan las circunstancias bajo las cuales viven las mujeres, que tienden a asociarse con una sumisión a la figura masculina. Esta disparidad comienza a estudiarse al emplearse por primera vez el concepto de “género” en 1968 en la literatura de Robert Stoller que trata la diferencia entre sexo como carácter biológico y el género como carácter social (por lo tanto, aprendido). A partir de aquí, se entiende el concepto como el resultado de un sistema que la sociedad ha adoptado como parte de la norma, que retrasa y limita los planes que las mujeres tienen para sus vidas, pero que no tiene ningún fundamento irrevocable.
Al hablar de una problemática social tan profunda, cuyas raíces yacen en la desigualdad de acceso a oportunidades educativas, laborales, y de desarrollo general para las mujeres; la desventaja en la que se estas se encuentran las afecta por medio de casi todas las actividades donde podrían involucrarse, incluyendo la arena política. Hay muy pocas mujeres en este ambiente, las mujeres representaron porcentajes menores al 4 por ciento respecto a los hombres, en la función como alcaldesas de diversos municipios de México del año de 1986, al 2006. También, en estudios realizados el año pasado por las Naciones Unidas, se mostró que el 90 por ciento de los Jefes de Estado y de Gobierno, eran hombres. Y es que la desventaja sistémica para el sexo femenino en la política no es solo el resultado de la falta de oportunidad a su disposición, sino de una deliberada traba por parte del sistema en el que se vive. La Dra. Pamela Campa, experta en Economía de Género, y actual profesora de la Stockholm School of Economics, mencionó en una conferencia de la el año pasado en que el hecho de ver rara vez a una mujer resultar victoriosa en contiendas de elección popular, desmotiva a otras mujeres a aspirar a ser contendientes en el futuro. También habló acerca de la trampa visual que se utiliza constantemente en diferentes países y en contiendas a diferentes niveles de gobierno. En algunas boletas para elecciones, los candidatos se acomodan en el orden alfabético de la inicial de su apellido; y conociendo este principio, muchas de las mujeres postuladas tienen -de manera coincidente- un apellido que inicia con las últimas letras del abecedario, lo que las convierte en las candidatas posicionadas en los últimos lugares de la boleta, y sin prioridad visual para quien vota. Situaciones como esta, demuestran la desigualdad estructural que daña y lastima la lucha por igualdad de derechos entre mujeres y hombres.
Leamos sobre teoría feminista, entendamos la lógica detrás de los comportamientos que la sociedad ha adoptado y que (a pesar de que esta no sea la intención explícita), oprimen y lastiman a las mujeres. Estimulemos el desarrollo y la inclusión, apreciemos los esfuerzos por la preparación profesional de las mujeres, y aceptemos que la relación entre los géneros, debe ser una relación de cooperación y fortaleza, no una relación de poder.