Dentro de unas décadas, ¿miraremos al comité Nobel de Economía con la misma sonrisa burlona con la que miramos a las respetadas instituciones “científicas” de la Edad Media que promovieron (contra toda evidencia observacional) la idea de que el corazón era un centro de calor? Hemos estado haciendo cosas mal en el pasado y nos reímos de nuestras instituciones pasadas; es hora de entender que debemos evitar consagrar las actuales. – Nassim Nicholas Taleb
El 20% de los países más ricos del mundo es hoy aproximadamente 30 veces más próspero que el 20% más pobre. Aunque las naciones más desfavorecidas han logrado generar cierta riqueza, la brecha de ingresos entre ambos extremos persiste, y todo indica que no será cerrada bajo el actual status quo.
La Real Academia de las Ciencias de Suecia tomó este argumento como base para otorgar el Nobel de Economía de 2024. Los galardonados de este año, según el comité, presentaron evidencia convincente de que una de las razones detrás de esta brecha de ingresos radica en las diferencias en las instituciones que configuran una sociedad.
Pseudo-Ciencia Económica
Resulta, cuando menos, contraintuitivo considerar a la economía una ciencia, especialmente con lo polémico que ha sido el incluirla para los premios Nobel. Los galardonados suelen presentar modelos complejos y probados en “experimentos controlados” como si todo fuera a comportarse “manteniendo todo constante”. Sin embargo, el Banco Central Sueco hizo bien en reconocer a Acemoğlu y compañía, pues, comparten algo que no se había hecho en ediciones anteriores: propuestas concretas.
¿Estará Alfred Nobel retorciéndose en su tumba al saber que los economistas comparten mesa con físicos, médicos y químicos? Quizá. Sin embargo, es innegable que la economía impacta profundamente en la sociedad, y cuando se aplica correctamente (sea lo que eso signifique), puede transformar realidades tanto como las disciplinas científicas más reconocidas.
Un cuento de dos ciudades
La región de Nogales está dividida en dos mitades. Al norte, se encuentra el estado de Arizona en los Estados Unidos; hacia el sur, se ubica el poblado homónimo, pero del estado de Sonora en México. Acemoğlu, Johnson y Robinson utilizaron como ejemplo a estas dos ciudades hermanas para demostrar los mundos dispares y las realidades alternas que pueden vivir territorios separados por una frontera.
En Arizona, los ciudadanos disfrutan de altos ingresos, educación accesible y una expectativa de vida elevada. Existen mecanismos legales que protegen la propiedad privada, favorecen la inversión y permiten el cambio democrático de líderes políticos. En cambio, al sur del muro, en Sonora, las condiciones son distintas: menores ingresos, criminalidad organizada y una política marcada por la corrupción que inhibe el desarrollo y limita la movilidad social.
Para Acemoğlu, Johnson y Robinson, estas diferencias no son resultado de la geografía ni de la cultura compartida, sino de las instituciones. Mientras Nogales, Arizona, forma parte de un sistema político y económico que brinda oportunidades, Nogales, Sonora, está atrapada en un marco institucional que restringe el potencial de sus ciudadanos. Los galardonados de este año han demostrado que la dividida ciudad de Nogales no es una excepción. Por el contrario, forma parte de un patrón claro cuyas raíces se remontan a la época colonial.
Correlación no es causalidad
Acemoğlu y Robinson publicaron un libro a principios de la década pasada que es muy popular entre los economistas: ¿Por qué fracasan las naciones? Este texto es un resumen del trabajo que han realizado prácticamente toda su vida tratando de resolver la pregunta de: ¿Por qué algunos países con extensos recursos naturales son alarmantemente menos ricos que muchos otros que no tienen un solo metro cuadrado de tierra fértil?
Las respuestas son muy complejas y los autores lo contestan parcialmente. Para ellos, todo recae en la certeza de instituciones lo suficientemente robustas, imparciales y que garanticen el estado de derecho en niveles locales, regionales, nacionales e internacionales.
Argumentan que la calidad institucional no depende de la riqueza, sino que esta última se desarrolla en presencia de instituciones robustas. Para probarlo, utilizan contextos históricos en los que señalan cómo las colonias más ricas en recursos fueron, paradójicamente, las más empobrecidas tras la colonización. Los colonizadores establecieron instituciones extractivas en estas regiones, diseñadas para explotar recursos y mano de obra, mientras que en territorios menos ricos se asentaron y desarrollaron sistemas más inclusivos.
Además, al abandonar las colonias, las potencias dejaron instituciones frágiles, propensas a la corrupción y diseñadas para perpetuar la desigualdad. Este legado histórico sigue moldeando el desarrollo de las naciones.
Progreso en manos de voluntades
Las recomendaciones de los galardonados parecen obvias: crear instituciones sólidas y garantizar su imparcialidad. Suena a lo que diría un Santi cualquiera: ¿por qué no solo compras tres depas, vives en uno y rentas los otros dos?, ¿por qué no solo tenemos instituciones robustas, buenas y con reglas claras?
Sin embargo, el problema no es su creación, sino su operación. Las instituciones son administradas por personas, y estas suelen responder a intereses de élites que, al concentrar el poder, moldean políticas a su favor.
Como muchos problemas socioeconómicos, este es un tema de poder y la transferencia del mismo. Transferir el poder y garantizar la imparcialidad institucional requiere no solo voluntad política, sino también herramientas como la tecnología, que puede minimizar los sesgos humanos y garantizar una gestión eficiente. No obstante, lograrlo implica superar intereses establecidos y alinear objetivos en un contexto globalizado que añade nuevas complejidades.
Mientras tanto, desaparecemos instituciones
Si el gobierno mexicano estuviera siguiendo las recomendaciones de los Nobel de este año, definitivamente no se estarían desapareciendo instituciones. El paso debería ser fortalecerlas, blindando su autonomía y utilizar la tecnología para hacerlas más eficientes y transparentes. La concentración de poder es un obstáculo que perpetúa la desigualdad y la corrupción.
Por ahora, sujetándonos a un poco de esperanza, no queda más remedio que repensar nuestras estructuras políticas y económicas. Apostar por instituciones de manera decidida, atacando los sesgos intrínsecos al ser humano a través de, por ejemplo, el uso de la tecnología permitirá involucrar a todos los sectores de la sociedad, es posible transformar la decadencia en prosperidad compartida.
*Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusivamente al autor y no a sus enlaces profesionales