Desde su independencia en 1821, México ha tenido 65 gobernantes. Las primeras décadas de la República se caracterizaron por su inestabilidad, con líderes que tuvieron hasta 11 mandatos, periodos tan cortos como meses o días, e incluso gobiernos paralelos como el de la Guerra de Reforma. La construcción de bases políticas en México llevó más de un siglo.
Construir una democracia en este país ha sido un proceso doloroso. Nuestra historia está marcada por intervenciones extranjeras, pérdida de territorio, guerras civiles y dictaduras, hasta llegar a la llamada “Revolución”. Esta etapa institucionalizó un sistema de poder que brindó cierta estabilidad económica, pero también significó más de 70 años de hegemonía y concentración de poder. México tiene 202 años de historia, de los cuales solo 20 han sido bajo una democracia medianamente funcional.
Un proceso de 200 años que ha implicado la construcción de instituciones y una identidad colectiva, superando adversidades, dictaduras unipersonales y de grupos políticos, como lo describió Vargas Llosa al referirse a la “dictadura perfecta”.
Recientemente, encontré algunos videos del siglo pasado que mostraban el entusiasmo con el que la gente asistía a votar, la esperanza de un cambio para construir un mejor país. La participación electoral era una tradición familiar.
El año 2000 marcó la primera alternancia y transición federal en el país, resultado de movimientos estudiantiles en 1970 y cambios en Congresos Locales y Gobiernos municipales. Sin juzgar el gobierno de esa alternancia, su importancia en el progreso democrático es indiscutible.
Es necesario reflexionar sobre cómo se ha aprovechado la alternancia política y en qué ha quedado a deber. Los resultados económicos y sociales han puesto en riesgo la legitimidad de las instituciones. Además, la construcción de este sistema político ha sido complicada y dolorosa, lo que lleva a cuestionar si el sistema actual es la mejor alternativa para el país.
Me resulta difícil encontrar el entusiasmo ciudadano por involucrarse en lo político. Reconocer la decadencia de nuestra clase política y su impacto en la participación ciudadana es un primer paso.
Hoy, la víspera de la elección que probablemente llevará a la primera presidenta de México, reina la decepción. No por elegir a una mujer, algo que ya era necesario, sino por la calidad de los contendientes en estos comicios.
Los debates presidenciales recientes han expuesto la realidad de nuestras opciones:
- Hegemonía: Claudia representa la continuidad del proyecto de Morena, mostrando una sorprendente similitud con el actual presidente. El riesgo de mantener este proyecto es el resurgimiento de la hegemonía en el país, algo que las “alternativas” en estas elecciones buscan contrarrestar.
- Alternancia: Sin embargo, las alternativas actuales no son tomadas en serio:
- Xóchitl, a pesar de lograr una coalición sorprendente, proyecta poca preparación y falta de capacidad para enfrentar los desafíos del país. Su campaña se limita a las bases electorales de sus partidos sin reconocer los errores del pasado. No hay coherencia entre su plataforma y su discurso, lo que dificulta el apoyo de quienes se niegan a votar por el PRI.
- Máynez, por otro lado, es una candidatura improvisada de Movimiento Ciudadano, sin un proyecto de nación claro. Esta alternativa carece de seriedad y parece más una “página de Facebook que se salió de control”.
Es responsabilidad de las nuevas generaciones mantener viva la esperanza en un mejor futuro. Hoy, no veo esa esperanza. Las supuestas alternativas ideales se alían con quienes antes criticaban, lo que dificulta imaginar una plataforma para el crecimiento y desarrollo real.
Diagnóstico: Desesperanza
Reconocer la realidad es importante, pero caer en la desesperanza implica renunciar a la posibilidad de cambio. La desesperanza en el futuro político de México tiene serias implicaciones para la democracia, ya que puede llevar a una menor participación ciudadana, menos exigencia de rendición de cuentas y polarización, consolidando el poder en manos de unos pocos.
Cortázar dice que “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Hoy, la esperanza de México no debe ser atribuida a un grupo político, sino al fomento de un pensamiento crítico que nos ayude a construir un mejor entorno. La política en México no debe de ser el arte de lo posible, sino que debemos aspirar a contar con las voluntades de cambiar lo imposible.