El 28 de enero se detectó el primer caso de coronavirus en Barcelona. Se trataba de alguien que fue con síntomas al Hospital Clínic, que está a unos 15 minutos caminando desde mi trabajo. Todo mundo lo minimizamos y bromeábamos al respecto.
La gente se quejaba de las personas que salían con tapabocas y provocaban la histeria colectiva. En el Mercadona (principal cadena de supermercados) se empezaban a hacer las primeras compras de pánico. En redes, muchos videos y fotos de gente con carritos llenos. Todos los comentarios iban en dos líneas: o riéndose de lo que veían, o pidiendo que por favor sólo se comprara lo necesario.
Yo voy al súper los sábados por la mañana. Este último sábado coincidió con que fue el día después de la declaración de la alerta nacional. Había mucha gente haciendo fila, desesperada y peleándose por las cosas. Efectivamente, ya no había papel de baño. Ya no había pasta, casi no había arroz y las panaderías estaban a reventar. Los cajeros no se daban abasto y nos pedían, con poco éxito, que mantuviéramos la distancia los unos de los otros.
Al momento de redactar este texto, se registran más de 13 mil casos en todo el país y un total 623 fallecimientos (según datos del periódico La Vanguardia a 18 marzo). La basta mayoría de los casos se registra en la Comunidad de Madrid y, en segundo lugar, en donde vivo: Catalunya. Eso sí, la diferencia es muy grande: mientras que allá hay más de 5600 casos confirmados y casi 400 muertos, acá hay menos de 2000 infectados y 41 muertes (según los datos de El País a 18 marzo)
Las calles están prácticamente vacías y todos los restaurantes y bares están cerrados. Sigue habiendo servicios básicos: hay autobuses, hay metro y los supermercados están abiertos, pero con restricción de aforo. Algunas personas aprovechan para sacar a pasear a sus perros. Yo sólo salgo a tirar la basura y a comprar algo cuando me hace falta. Me levanto todos los días en la mañana y hago home office, porque soy de los que tienen la oportunidad y los medios para hacerlo.
La última vez que fui a la oficina fue como de película. En el camino se veían muchos agentes de los mossos (policía catalana) y algunos de la Policía Nacional. Éramos muy poca gente en la calle y preferíamos ir lo más separados posible. Si alguien estornudaba o tosía, rápido volteábamos para tratar de ver quién había sido. “Somos la Policía Nacional. Por favor, regresen a sus casas. Es por su salud. Muchas gracias”, me tocó escuchar desde el altavoz de una patrulla. Afortunadamente no nos multaron.
La situación de alerta es crítica y es real. Afortunadamente, el ánimo no decae. Hoy desde la sala de mi casa pude escuchar a unos vecinos alegrándonos la mañana con un poco de música. Todas las noches en punto de las 8:00pm se oyen los aplausos, las palabras de ánimo y de agradecimiento para todo el personal de salud y de seguridad que sigue en la calle. En ese momento cuando los vecinos sacamos la cabeza por la ventana y nos vemos desde nuestras casas, de verdad se respira mucha alegría. Se siente mucho entusiasmo y hay un espíritu de solidaridad en el ambiente.
En México la cosa apenas comienza. Cuento mi experiencia para que mis familiares y amigos se cuiden. Pidan a las autoridades que tomen las medidas necesarias para frenar el esparcimiento del virus y, sobre todo, respetémoslas. Que la historia no se repita. Por favor, #QuedateEnCasa