LA EDUCACIÓN QUE QUIERO PARA MIS FUTUROS HIJOS

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Para un joven de 23 años que, como todos, quiere comerse al mundo lleno de adrenalina y sin miedos profundos, resulta complejo el detenerse a reflexionar sobre su pasado y cómo fue que repercutió en lo que ahora soy y sobretodo en mis expectativas de quién o qué quiero ser. Además, como un recién egresado, mi preocupación debería ser la misma que la de mi madre: ¿ahora qué sigue? Pero afortunadamente mi vida no es nada común.

En la escuela siempre fui uno de esos niños aplicados que además podía disfrutar la vida sin necesidad de estar pegado a un libro o ‘macheteando’ cada concepto que mis maestros repetían para obtener una calificación agradable a los ojos de mi familia; me bastaba con escuchar, comprender y poner en práctica lo que pensaba, jamás fui un niño que aceptaba todo lo que sus maestros o mayores decían, no sé si por rebeldía o curiosidad, pero necesitaba entender el porqué de las cosas. Cierto es que a medida que avanzaba de grado o nivel educativo mi interés hacia la escuela era menor, consideraba que el aula estaba muy alejada del mundo real, por lo tanto, no le prestaba mayor atención. De ser un niño excelencia de primaria y secundaria pase a bachillerato como un estudiante promedio y en licenciatura me bastaba con acreditar las materias para concluir mi ciclo académico.

Entendí entonces que la escuela era una simulación poco cercana de la vida real llena de obstáculos que no se solucionan con conceptos repetidos para salvar un examen.

Afortunadamente mi habilidad en el mundo real era mucho mayor a la que desarrollaba en el aula, comencé, a como mis ideas me daban a entender, en el mundo empresarial cuando apenas cursaba mi segundo semestre de carrera. Entre triunfos y fracasos iba forjando una experiencia llena de retos, entre más avanzaba más conectado estaba con un mundo muy distante de la escuela tradicional; entendí entonces que la escuela era una simulación poco cercana de la vida real llena de obstáculos que no se solucionan con conceptos repetidos para salvar un examen.

Mi pasión por la educación es producto de mi rebeldía y los huecos constantes que tuve en mi camino por las escuelas oficiales de mi país que, sin culparlos, hacían lo que podían con los recursos que tenían a la mano. También es un homenaje a todos esos maestros que tuve; de esos buenos maestros que, por un sueldo no competitivo, daban su vida porque aquellos niños que consideraban como sus hijos, para que algún día lograran ser alguien en este mundo. Es resultado de 6 años de trabajo, investigación y esfuerzo fungiendo como maestro y asesor de los modelos educativos en escuelas privadas que contaban con una infraestructura cinco veces mejor a las escuelas públicas pero que tampoco resultaba un diferenciador real entre los alumnos con capacidad de pagar contra los que su condición económica les obligaba a estudiar en la escuela más cercana a su casa. La educación entonces necesitaba un plus de manera urgente.

Por ello, urge diseñar y construir la escuela en la que queremos que nuestros hijos estudien.

Soy un joven de alma vieja, de esos que se preocupan de cómo vivirán sus hijos que aún no nacen. Por ello, urge diseñar y construir la escuela en la que queremos que nuestros hijos estudien; pero no para cumplir con un requisito social que culmina con la entrega de un título universitario sino porque desde el aula se encuentre la manera en la que solucionaremos los problemas sociales de mi país y del mundo; la escuela que prepare a nuestros hijos para crear lo que su imaginación les permita enfocado a disminuir la pobreza, activar económicamente a las comunidades menos favorecidas y a vivir más felices. Porque a eso llegamos al mundo, ¿no?, a dejar un legado y a ser muy felices.

El día que nos demos cuenta que la educación es el factor que puede detonar y hacer crecer nuestra economía entonces los grandes empresarios entenderán que es un gran negocio; y le apostarán a mejorar la educación… aunque sea sólo por negocio.

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