Los grandes jefes

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¿Cuántas personas piensan y repiten convencidos que lo que necesitamos es alguien en el poder con carácter, “mano dura” y mucho valor? ¿Cuántos han invocado el retorno de personajes autoritarios, o incluso justificado sus acciones o hasta sus crímenes? Y finalmente: ¿Cuántos han emitido sus últimos votos, en cualquiera de los niveles de gobierno, con estas ideas como base?

El hambre, la injusticia y recientemente la inseguridad nos han llevado a la desesperación y a casi suplicar por la llegada de un gran jefe que dé solución a todas nuestras inconformidades.

Ello no es un hecho ajeno a los políticos ni a sus asesores de campaña que elaboran eslóganes, promesas y anuncios basados en estas ideas. “No les temblará la mano” o “Arreglarán conflictos en quince minutos”. A pesar de su repetición constante, estas estrategias siguen causando fervor en el electorado que acude muchas veces crédulo y apoyando incondicionalmente a un personaje “valiente” y “directo”.

Persiste la idea de que los gobernantes son Jefes, y que en consecuencia deben de ser fuertes y estrictos. Grandes justicieros que sin miramientos hacen que todo funcione “como debe funcionar”. El problema es que ni las buenas intenciones ni el carácter son suficientes.

Persiste la idea de que los gobernantes son Jefes, y que en consecuencia deben de ser fuertes y estrictos. Grandes justicieros que sin miramientos hacen que todo funcione “como debe funcionar”. El problema es que ni las buenas intenciones ni el carácter son suficientes. Toda promesa de campaña debe estar sustentada en planes de acción, estudios de viabilidad presupuestal y un conocimiento apto en la administración pública. No se trata solamente de un líder carismático sino de un puesto público que requiere de muchas aptitudes, aspecto que no han sabido llenar muchos.

De niños, en clase de civismo nos dan a entender vaga e irresponsablemente que los tres poderes son básicamente: Ejecutivo (El presidente), Legislativo (El congreso) y Judicial (Los jueces). Sin embargo, no nos explican a profundidad sus funciones, responsabilidades, atribuciones y límites. Muchas veces ni siquiera nos lo explican en nuestros grados de estudio posteriores.

El conocimiento de estos temas es más bien empírico y sólo lo adquirimos a través de aproximaciones; entendemos tal vez con los periódicos que la función ejecutiva del poder no sólo corresponde al presidente, gobernador o alcalde, sino a los miembros de la administración pública o que la impunidad es un problema estrechamente relacionado con la función judicial del poder.

No sólo exigimos al representante del poder ejecutivo acciones fuera de sus atribuciones sino que además lo culpamos de todo lo que va mal y quizá lo más delicado: le creemos a los aspirantes que ellos podrán brindar solución absoluta a todo.

Pero si no ignoramos lo anterior, constantemente lo olvidamos. Pues no sólo exigimos al representante del poder ejecutivo acciones fuera de sus atribuciones sino que además lo culpamos de todo lo que va mal y quizá lo más delicado: le creemos a los aspirantes que ellos podrán brindar solución absoluta a todo.

Nuestra historia nos hizo testigo de múltiples personajes que invadían constantemente las esferas de poder. Sujetos que hacían lo que querían sin preguntar a nadie ni tener de estorbo a esa “molesta constitución” o a esos “incómodos derechos humanos”.

Y es que nuestra historia nos hizo testigo de múltiples personajes que invadían constantemente las esferas de poder. Sujetos que hacían lo que querían sin preguntar a nadie ni tener de estorbo a esa “molesta constitución” o a esos “incómodos derechos humanos”. Parecemos olvidar que estas personas hayan actuado de manera autoritaria y ejerciendo más funciones de las que legalmente les correspondían, imponiendo su voluntad en rubros ajenos y por encima de cualquier estructura. Efectivamente, teníamos grandes jefes pero el poder absoluto jamás ha sido adecuado ni deseable.

Muertes, desapariciones, control e injusticias que fueron calladas durante décadas pero a las que algunos restan importancia porque no tocó su esfera personal. Pregunten a Rosario Ybarra de Piedra o las víctimas de la llamada “Guerra sucia” si estas épocas son de añorar.

Sólo conociendo la historia, las atribuciones y límites del poder, podremos exigir a los gobernantes lo que realmente se les debe exigir y creer a los aspirantes lo que realmente nos pueden ofrecer. Y es que ya lo decía Cicerón: “No saber lo que sucedió antes de nosotros, es como si fuéramos niños por siempre”.

Sólo conociendo la historia, las atribuciones y límites del poder, podremos exigir a los gobernantes lo que realmente se les debe exigir y creer a los aspirantes lo que realmente nos pueden ofrecer.

Y es que ya lo decía Cicerón: “No saber lo que sucedió antes de nosotros, es como si fuéramos niños por siempre”.

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