“Intimidades Públicas” – El Presidente menos aprobado: EPN

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“Y sin embargo en México, con la minoría ejerces una mayoría.” -Esolam

Durante las elecciones del 2012, el ambiente era completamente distinto a lo vivido en el 2006. No sólo se concretó una alternancia en el Ejecutivo, sino también, Enrique Peña Nieto, obtendría la Presidencia de la República con una diferencia —6.62%— suficientemente considerable, en comparación con el estrecho margen con el que Felipe Calderón obtuvo la victoria: sólo 0.56% de diferencia.

Si bien, el fantasma del PRI como partido político en el gobierno generó un costo político, no resultó fundamental para marcar diferencia en una contienda electoral que para muchos se antojaba más estrecha.

Si bien, el fantasma del PRI como partido político en el gobierno generó un costo político, no resultó fundamental para marcar diferencia en una contienda electoral que para muchos se antojaba más estrecha. Los comentarios sobre que “el viejo PRI” había regresado al poder eran constantes, en su mayoría, no por quienes vivieron las épocas en las que el partido hegemónico demostraba su poder ante un débil sistema político, sino por quienes inmersos en un sistema político plural, vieron esto como un retroceso en una transición democrática para que para muchos aún no termina.

Pero el primer día de gobierno sucedió un hecho inédito. Las principales fuerzas políticas de nuestro país, decidieron formar una agenda de reformas “estructurales”, cuya intención consistía en permitir transformar a nuestro país del rezago en el que se encontraba, y de esta forma, despegar a un nivel que no había podido concretarse debido a las diferencias políticas de la élite en el poder: fue así como se creó el “Pacto por México”.

La reforma educativa, en telecomunicaciones, en energía, entre muchas otras, eran pruebas tangibles de que la única convicción de la clase política era generar acuerdos.

El “Mexican moment”, como se denominó por el contexto internacional, brindaría esperanza por primera vez en mucho tiempo de que las cosas sí podían cambiar. La reforma educativa, en telecomunicaciones, en energía, entre muchas otras, eran pruebas tangibles de que la única convicción de la clase política era generar acuerdos.

… Momento en el que la Presidencia de nuestro país se encuentra castigada, no sólo por los motivos políticos que carga desde su campaña electoral, sino también por una serie de factores que han impactado gravemente su credibilidad ante los mexicanos.

Hoy, tres años después, parece ser que vivimos el “President moment”. Sí, un momento en el que la Presidencia de nuestro país se encuentra castigada, no sólo por los motivos políticos que carga desde su campaña electoral, sino también por una serie de factores que han impactado gravemente su credibilidad ante los mexicanos.

Algunos de ellos, causados por una serie de factores externos a la propia soberanía de nuestro país. Pero muchos otros, causados por una enorme falta de comunicación política eficiente que permitiera llevar mensajes institucionales donde los merecía.

Independientemente de las posibles mil causas y de los debates que se puedan derivar lo anterior, la realidad es que al día de hoy, el Presidente Enrique Peña Nieto se encuentra con una aprobación que ronda entre los 30% y 40% —cifras que dependen de la casa encuestadora— por sus gobernados.

Aunque el crecimiento del PIB no ha sido el pronosticado, hemos tenido un crecimiento mínimo sostenible en comparación con el sexenio de Calderón. Entonces, ¿cuál es el problema?

Lo anterior pudiera no ser tan sorprendente si hubiera un problema específico como en otros sexenios. Ni tenemos una devaluación considerable como con Zedillo —el peso se devaluó frente al dólar en la presente administración, pero tenemos la menor inflación histórica de país—, ni tenemos altos índices de violencia como en los años más crudos de la administración de Calderón —que si bien existen índices que han crecido, la mayoría se encuentran por debajo cuando sucedía la guerra contra el narcotráfico— ni mucho menos tenemos un problema macroeconómico grave, aunque el crecimiento del PIB no ha sido el pronosticado, hemos tenido un crecimiento mínimo sostenible en comparación con el sexenio de Calderón. Entonces, ¿cuál es el problema?

Habrá quienes puedan refutar lo anterior, pero sin importar la polémica que esto pueda generar parece ser que el problema es uno mucho mayor: la falta de credibilidad en la Presidencia y sus instituciones.

Ante este escenario, en la vida cotidiana pasa a segundo plano si el Presidente logra generar una acción determinante en su gobierno, el común denominador es que causa una indiferencia a los ciudadanos, los cuales han generado una percepción muy difícil de cambiar.

En fin, la aprobación de un Presidente sobre su gobierno, es causada —en su mayoría— en la percepción que la población tiene sobre él. Con esto, no quiero decir que el Presidente sea un buen o mal gobernante, sino que la capacidad que tiene un gobierno para generar credibilidad sobre sus gobernados, es aún más importante que generar acciones positivas durante su administración.

Sólo espero, que sin importar quien gobierne, entendamos que la percepción política no daña a una figura política ni a un gobierno, daña a quienes sin importar causas o determinaciones, la ponemos por encima como método implícito de aprobación política.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”