Mente libre, cuerpo en cuarentena

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La cuarentena hace de mantener una mente sana, una tarea difícil; pero no imposible. Es común que las personas extrovertidas obtengan su energía a partir del contacto con otras, de las risas que esto provoca, y de la simple emoción de salir a ver lugares distintos. No obstante, la necesidad de mantenerse en confinamiento obliga a pasar la mayor parte del tiempo en compañía de uno mismo; y es necesario valerse de herramientas de alimento espiritual para que esto no termine siendo una tortura. 

Ahora, el alimento espiritual no refiere a una religión en particular; sino a la inherencia humana para buscar ser mejores personas tras cuestionarse sobre la vida y su sentido. Dichos cuestionamientos provienen de la introspección detallada para hallar lo que se encuentra detrás de la rutina exterior; que en muchos casos consta de -según José Luis Remírez en su libro sobre Espiritualidad laica-, “poseer, consumir, comunicarse y ver televisión”, sin realmente analizar el valor agregado de estas actividades. Las pausas en el apresurado ritmo de vida que llevamos son vitales para establecer o fortalecer una relación con uno mismo, y el tiempo en cuarentena puede aprovecharse para esta introspección.

Con el paso del tiempo se han incorporado a la vida occidental, prácticas de religiones politeístas como el yoga y la meditación, que tienen su origen tanto en el hinduismo como en el budismo y que buscan lograr una satisfacción personal, libre de sufrimiento y de ataduras externas. El budismo es uno de aquellos politeísmos de los que no se oye hablar seguido en las sociedades occidentales donde la moral cristiana es la protagonista; pero que ha generado un aporte importante a la psicología y a la filosofía debido a su manera de percibir el mundo. Cuenta con muchas ramificaciones distintas, y una de ellas es la del Budismo Chamánico, presente en Mongolia y el oriente ruso, que aunque suene esotérico, simplemente busca la desconexión de las causas de dolor presentes en la tierra, para atribuirlas a un plan que toma lugar en el cielo y que es orquestado por el “Caballo de viento” que cada ser humano tiene en su representación. Para el Budismo Chamánico, los asuntos terrenales, son asuntos del plano celestial, y para que uno se encuentre bien en la tierra, debe estar primero en paz espiritual. Suena muy familiar, ¿no?

Y es que podemos valernos de diferentes medios espirituales que sirvan de desahogo y de satisfacción emocional, recordando que esta búsqueda de paz es connatural al hombre. Todas las religiones comparten el fin de hallar un propósito y el de modelar un estilo de vida que permita alcanzarlo; con esto, me atrevo a decir que la variación solo yace en los diferentes caminos para alcanzar la felicidad que todos necesitamos. 

Política y Espiritualidad: una intersección a explorar

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Pense ta vie. Vis ta pensée”.
(Piensa tu vida. Vive tu pensamiento.)
– Jean Luc Lieval

Es con profunda gratitud a mi amigo Luis Garnica y a su equipo en Altavoz que inicio con este texto una serie de reflexiones en torno a la política como un territorio de transformación social, invariablemente ligado al proceso de desarrollo humano de todos nosotros, como individuos y comunidades que, con cada acción, interacción y decisión, forjamos el destino, carácter y cultura de nuestra polis.

Reconozco en el reciente nacimiento de Altavoz un acto ciudadano valiente con ánimos de mejorar la construcción de la democracia en Nuevo León.

Reconozco en el reciente nacimiento de Altavoz un acto ciudadano valiente con ánimos de mejorar la construcción de la democracia en Nuevo León. Son estos mismos ánimos los que me llevan a explorar la intersección entre dos territorios de aprendizaje que, dentro de nuestros paradigmas tradicionales de pensamiento, solemos mantener distantes entre sí: el sendero de la espiritualidad, como palanca de desarrollo individual, y el campo de la política, como territorio donde se acuerdan las pautas de nuestra convivencia social.

¿Es deseable acortar la distancia entre ambas esferas, “espiritualizando la práctica política, y politizando la práctica espiritual”?

¿Qué relación pueden tener la espiritualidad y la política? ¿De dónde nace la idea de pensar esta relación y hacer de ese inesperado encuentro un camino de prácticas que pueden orientar nuestro quehacer ciudadano y hacernos ver la realidad con otros ojos? Seamos estudiantes o empresarios, artistas, académicos o funcionarios públicos, deportistas, formadores de familia o trabajadores sindicalizados, ¿a qué lugar nos puede conducir el reconocimiento y el desarrollo de nuestra espiritualidad como agentes políticos de transformación social? ¿A qué me refiero con espiritualidad y con política? ¿A quiénes tengo como referencia en esta exploración teórica-práctica? ¿Qué puede aportarnos la integración de esos mundos y qué síntomas tenemos hoy en día de su creciente unicidad? ¿Es deseable acortar la distancia entre ambas esferas, “espiritualizando la práctica política, y politizando la práctica espiritual”? ¿Qué riesgos, costos y ganancias traería a nuestro proceso de transición democrática? Y, sobre todo, —la pregunta del millón—, ¿cómo hacerlo dadas las condiciones actuales de nuestro México y nuestro Mundo?

A todas luces, múltiples son los ángulos de entrada a estas inacabables interrogantes. Múltiples también los debates, las polémicas y los cursos de acción. Varios quizás también los legítimos cuestionamientos a estos planteamientos poco ortodoxos y escasamente presentes en los medios y la agenda pública de nuestro país.

Sin dejar de celebrar la creciente apertura a pensar relaciones inusitadas y escuchar voces respetadas que llaman a repensar nuestra política desde nuevos paradigmas, me atrevo a confesar —muy en línea con la enseñanza de Jean Luc Lieval, mi profesor de filosofía en el último año de la preparatoria—, que el camino que recorro con este proyecto es también una vía de sanación personal. Es un acto que nace al tocar el espacio de mi integridad interior.

Es en esa sabiduría, como fuente posible para la toma de decisión política, que yacen interesantes puertas para la construcción de un paradigma de política de alta conciencia.

Siendo hijo de múltiples luces y sombras del mundo gubernmental, donde el Estado ha sido becario de mi educación preparatoria y universitaria, y varias figuras ancestrales están vinculadas al oficio del servicio público, me siento heredero de una tradición que ve en los asuntos públicos un llamado personal. Por otro lado, he vivido distintas experiencias espirituales que me han dado la convicción de que la esencia, naturaleza e identidad más real, verdadera y profunda del ser humano es ANANDA —dicha— con sus múltipes facetas, como son el Amor, la Alegría, el Contentamiento y la Paz. La experiencia directa de estas virtudes está a la mano de cualquier ser humano, y son expresiones de las cualidades de nuestro Ser esencial. En la capacidad de cualquier ser humano para aprender a reconocer y acceder a ese estado de plenitud florece también su sabiduría. Y es en esa sabiduría, como fuente posible para la toma de decisión política, que yacen interesantes puertas para la construcción de un paradigma de política de alta conciencia.

Infinitos son los territorios de inspiración, acción y compartir entre nosotros. Para Nuevo León y para Oaxaca. Para la Ciudad de México y para Siria. Francia, Australia, Colombia y los Estados Unidos. Gracias nuevamente a Altavoz por abrir este foro de reflexión que nos permite tomar iniciativas de cambio para sanar las heridas sociales de nuestro México y restituir la dignidad de nuestro ser como ciudadanos activos y conscientes que reclaman el desarrollo de su máximo potencial.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”