Contrapeso o Mera Formalidad

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Desde el 27 de febrero de 2020, nuestro País se encuentra en una lucha sin cuartel contra un enemigo peligroso, silencioso y a veces letal al que resulta imperativo derrotar denominado COVID-19.

Aunque al día de hoy, el panorama aparentemente es alentador en comparación con lo que experimentaron otros países como Italia, España, Estados Unidos, etc., los mexicanos debemos seguir preparados y no bajar la guardia, pues todavía no ha pasado la peor parte de esta batalla.

Sin embargo, como en todas las batallas, esta situación ha vuelto patente algunas de nuestras fortalezas, como por ejemplo la solidaridad que internacionalmente nos ha sido reconocida y que ha sido pieza fundamental en esta lucha, pues entre todos hemos apoyado siguiendo las recomendaciones de aislamiento voluntario, sana distancia, ayuda entre vecinos, apoyos alimentarios, donaciones de sangre, entre otras.

Por su parte, también se han evidenciado algunas de nuestras flaquezas, dentro de las cuales identifico como la más destacada la fragilidad material de nuestro sistema de división de poderes.

Sobre todo, tratándose del servilismo villano que el poder Legislativo realiza para el poder Ejecutivo en las Entidades federativas y la Federación.

Al respecto, en nuestro País el principio de división de poderes se encuentra en el artículo 49 de la Constitución y esencialmente tutela que el poder público para su ejercicio se dividirá en Legislativo, Ejecutivo y Judicial.

Dicho principio, históricamente tiene su base en los postulados de Aristóteles, Locke, y Montesquieu, quienes advirtieron la necesidad de dividir el poder público a fin de impedir su abuso, generando contrapesos pues solo el poder puede detener al poder.

Y es que hoy, al igual que hace 272 años vale la pena preguntarnos “cómo un gobierno puede no ser tiránico si el encargado de hacer ejecutar las leyes es al mismo tiempo el legislador”, “qué protección pueden tener los ciudadanos contra la arbitrariedad si en una sola mano se reúnen confundidos los poderes legislativo, ejecutivo y judicial” (El espíritu de las Leyes – Montesquieu).

Lo anterior, pues si bien es cierto, en nuestro País la separación de poderes obedece a la necesidad de contar con contrapesos, equilibrio y erradicar la arbitrariedad en el ejercicio del poder público y; aunque formalmente cumplimos con el referido principio al contar con un Presidente de la República, Cámara de Diputados (federal) Cámara de Senadores y Juzgadores, así como Gobernadores y Legislaturas Locales, la realidad es que materialmente el poder Legislativo a nivel federal y en las Entidades federativas resultan una mera o insignificante formalidad para la aprobación de determinadas acciones del poder Ejecutivo.

Esto, pues basta observar cómo esta pandemia que hoy nos aqueja ha sido un nicho de oportunidad para el titular del poder Ejecutivo federal proponiendo realizar modificaciones al presupuesto y para los titulares de los Ejecutivos estatales solicitando endeudamientos y ejerciendo acciones que desde su redacción se advierte que no necesariamente servirán para contrarrestar al COVID-19 y que han sido aprobadas, o lo serán, sin debatir, razonar u opinar por los poderes Legislativos.

Evidenciando así, la fragilidad material de nuestro sistema de división de poderes, en tanto el poder Legislativo más que un verdadero contrapeso que sirva para enriquecer las decisiones y el ejercicio del poder público, se ha convertido en un paso más que el Ejecutivo debe realizar antes de ejercer determinada acción.

Siendo oportuno precisar, que tampoco se trata de enfrentar ambos poderes como muchos legisladores de oposición (respectivamente) realizan su función, sino por el contrario, de enriquecer la toma de decisiones.

Ante esto, como ciudadanos resulta válido preguntarnos si verdaderamente nuestros Diputados Locales, Diputados Federales y Senadores ejercen un contrapeso o bien, si únicamente resultan una formalidad necesaria.

Finalmente, los legisladores deben tomar en cuenta que pertenecer a un partido político o grupo parlamentario nunca puede significar renunciar a su indormia o capacidad de razonar.

Emilio Azcárraga Jean deja Televisa, después de ser director general durante 20 años.

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Monterrey (27 de octubre 2017).- Después de casi 20 años de ser la cabeza del la primer televisión, Emilio Azcárraga Jean dejó la dirección general de la empresa.

Los nuevos directivos de la televisora principal son dos colaboradores cercanos a de Azcárraga; Alfonso Angoitia, quien anteriormente fungía como Vicepresidente Ejecutivo y Presidente del Comité de Finanzas y Bernardo Gómez, Vicepresidente Ejecutivo de Grupo Televisa.

Cabe destacar que Azcárraga Jean, continuará al frente del desarrollo de la estrategia a largo plazo de la Compañía ocupando el cargo de Presidente Ejecutivo del Consejo de Administración de la empresa que fue fundada en el año de 1973 por su padre.

“Por más de dos décadas, y durante periodos críticos en nuestro negocio, Bernardo y Alfonso han mostrado ser ejecutivos con gran compromiso y dedicación y sus contribuciones a Televisa superan el cargo que ocupan. Sus nuevas funciones y su liderazgo me permitirán enfocarme en la estrategia de largo plazo de la Compañía”, dijo Azcárraga.

“Nos sentimos honrados de tener la oportunidad de asumir esta responsabilidad, y agradecidos con Emilio y con el Consejo de Administración por la confianza que depositan en nosotros. Bajo el liderazgo de Emilio, Televisa ha desarrollado un portafolio de activos único, los cuales serán el pilar para seguir generando un crecimiento sólido en los negocios de contenidos y de telecomunicaciones”, agregaron los nuevos encargados de Televisa.

 

 

 

La máscara de la ficción

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Justo frente a la cama, en una esquina de su alcoba, se yergue un librero de caoba. Por las mañanas, cuando el alba filtra las tenues partículas de luz a través de la débil cortina que protege a la ventana, observa iluminados unas maravillas en cada uno de sus anaqueles.

En el primer anaquel (si se observa de arriba hacia abajo), ve el temor en las murallas de Roma ante Aníbal; y sus elefantes embistiendo a las legiones malditas de Escipión en un continente desconocido. Atestigua el sufrimiento del último Gran Maestre de la Orden del Temple, envuelto en fuego, mientras lanza la maldición que terminó con toda la estirpe del rey de Francia.

Se vuelve cómplice del hidalgo de la Mancha en la lucha entre lo real y lo ideal (esto en una fantástica edición que se acompaña por un volumen complementario; como si no fuesen suficientes las letras románticas que preceden a la lengua cervantina), al enfrentarse a gigantes, ladrones, y enamorarse sin ser correspondido.

Si continua deslizando la mirada, visita aquel pueblo donde los muertos ambulan; donde la tierra es alimento y llueven flores; ahí donde los pergaminos vuelan y se vive –en ciertas ocasiones– más de cien años. Conoce de la osadía de Miguel Strogoff y su travesía por Rusia. Revive la rebeldía de los perros, el asesinato del Esclavo, y la hazaña de un Jaguar en el Colegio Militar Leoncio Prado. Percibe el olor que despiden los libros de la Biblioteca de Babel, el terror de los espejos, y el anacoluto del Tiempo en el Aleph.

Conoce la ingeniosa mente de Guillermo de Baskerville, quien resolvió el terrible crimen en una abadía, pero incendió, en el proceso, una biblioteca entera y la Poética de Aristóteles.

Escucha los ladrillos cayendo sobre lo que sería la girola de la Basílica de Santa María del Mar; muchos de ellos colocados –por cierto– por quien trabajó en la Barcelona del Siglo XIV como palafrenero, estibador, soldado y cambista. Observa a una Reina Duende atormentar a una princesa en el Palacio de Texcoco por las magias de un corazón de jade. Es testigo de la venganza de sangre que derivó de un asedio a una fortaleza solitaria en el médano de Malta.

Acto seguido, levanta esa débil cortina y mira a través de la ventana (no sin antes abrirla para permitir que la frescura y el aroma del rocío permee cada esquina de la habitación) otras tantas maravillas.

Observa la tierra del ombligo de la luna teñida escarlata, donde entre cerros, los crisantemos florecen en vano. La profecía del vuelo del ave que no aterrizó parece haberse cumplido, piensa.

Se percata de lo poco afable que resulta el olvido en la política. Observa una ciudadanía que atraviesa los mundanos pantanos de la indiferencia. Activistas que eligen bandos, portan armas, pero cavan trincheras y en zozobra se esconden. Maestros que exigen, recriminan, azotan; jamás educan.

Escucha voces del pasado a través del eco de cuarenta y tres estudiantes. Nota como la violencia aún permea la ósea del mejicano: ciudades donde no habitan las mujeres; gobiernos que enmudecen la voz de la democracia; pueblos que se alejan de la civilización.

Paisanos que huyen de sus raíces indígenas, y que abrazan el seno materno de culturas extranjeras. Nota un despotismo en la clase política que gobierna distanciado del ciudadano y de la ley; aquel cinismo que diluye el epígrafe de su muerte anunciada.

Entiende que no existen los pobres, sino estadísticas, y que la esclavitud se ha domesticado.

Todo aquello (disculpe el oxímoron) es una realidad quimérica. Son efímeros segundos donde la máscara de la ficción le muestra lo inverosímil que puede mostrarse la realidad, o dicho de otro modo, lo verosímil que resultan ciertas ficciones.

Quizá por ello, a aquel mexicano que observa semejantes maravillas, cada mañana le resulte su país más increíble que las ficciones de su librero…

Se ha convencido: entre los anaqueles de un librero cualquiera, se descubre al espíritu humano, y de tal azar, el de toda una nación. Solo ahí, podrá entonces el espíritu nacional, encontrar sosiego.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”